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Había necesitado tomar un autobús, una ducha y una buena dosis de autoestima para plantarse en la casa de Dennis. Siguiendo el consejo de Karen, se había cepillado el pelo y puesto desodorante. Incluso había planchado la camiseta antes de ponérsela. Los vaqueros afortunadamente eran estrechos y no había que quitarles arrugas. Aunque le apretaban un poco.

Vamos Elena, hasta tu madre te ha dicho que ibas muy guapa. Ánimo. Todo va a salir bien, se dijo a sí misma antes de recriminarse por comportarse como una idiota enamorada.

La casa de Dennis era adosada y estaba pintada de color salmón como las del resto de la calle. No había plantas, ni juguetes a la vista. Daba la impresión de ser una familia práctica y ordenada.

Llamó al timbre con la mano temblorosa y aguardó hasta escuchar unos pasos acercándose. Esperaba que fuera Dennis el que la recibiera, pero en su lugar, una mujer de unos cuarenta años con el cabello negro le abrió la puerta.

-Hola, eres Elena ¿no? -Inquirió antes de dejarla pasar.

-Eh, sí.

-Encantada de conocerte, soy Dámaris. Están esperándote en el sótano. Es la cueva particular de los hombres en esta casa.

Dámaris tenía una nariz prominente y elegante que destacaba junto a sus enormes ojos rasgados. En cualquier otro rostro habría sido excesiva, pero en ella confería un raro atractivo. Iba vestida con ropa cómoda de algodón en tonos grises, que Elena asoció instintivamente con una psiquiatra. Tenía grandes esperanzas de que no lo fuera. La condujo hasta el pie de las escaleras que daban al sótano y del que ya se podían apreciar las voces masculinas.

-Os he dejado abajo agua y refrescos. Más tarde os avisaré para merendar. Si necesitas alguna cosa, solo tienes que pedírmela.

-Vale, muchas gracias.

Dámaris le sonrió deliberadamente antes de añadir:

-Mano dura con ellos.

Elena solo se atrevió a asentir. Aquella mujer desprendía un aura de seguridad y fortaleza que te obligaba a respetarla por muy dulce que se mostrara.

Tomó aire y se preparó mentalmente. No iba a ocurrir nada. Estaba acostumbrada a pasar tiempo con ellos en clase. Aquello no iba a ser diferente. No había motivos para estar nerviosa.

Ignorando la gelatina en la que se habían convertido sus piernas, bajó las escaleras. El panorama con el que se topó no la sorprendió. Acomodados en dos sofás estaban Dennis, Esteban y un tercer chico con el mismo cabello negro y ondulado que Dennis. Estaban jugando al FIFA absortos en la pantalla del televisor. Incluso Esteban, que no tenía mando permanecía con la mirada tomándose una lata de Coca-Cola. No captaron su presencia hasta que no se acercó hasta la pantalla.

-Bienvenida señorita, siéntate, como si estuvieras en tu casa -la saludó Dennis sin apartar los ojos del juego.

Esteban se limitó a echarle una rápida mirada antes de volver a concentrarse también en el partido. El desconocido ni siquiera se fijó en ella.

Después de todos los nervios que había pasado y el jaleo para escoger la ropa aquellos especímenes masculinos se atrevían a ignorarla. No estaba dispuesta a sentarse como una de las idiotas que babeaban por Dennis y a vitorearlo cuando marcase un gol.

-¿Tenéis pensado pasaros toda la tarde jugando? -Inquirió colocándose frente al televisor para captar la atención de todos-. Porque si es así, prefiero estar en mi casa y hacer el trabajo por mi cuenta. Además, ni siquiera me habéis presentado a vuestro amigo.

¡Que el Karma me proteja!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora