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Tal y como Dennis había planificado, a las nueve terminaron el trabajo. Elena podía afirmar sin temor a las exageraciones que su cerebro había pasado a ser un amasijo de neuronas inservibles. Le costaba recordar incluso de qué periodo histórico trataban los tres temas que había tenido que esquematizar. Suerte que fue Esteban el encargado de pasarlos todos a la cartulina.

-Estoy tan cansada que no creo que vaya a leer esta noche -dijo dejándose caer pesadamente en el sofá.

-Cuando nos den las notas te alegrarás -suspiró Esteban desperezándose junto a ella.

-Cuando pruebe el solomillo con patatas que ha hecho mi excelente madre sí que se alegrará de haber venido -añadió Dennis pasándose la mano por el cabello. Al parecer, no era la única agotada.

Hacía menos de una hora que Dámaris y su hija habían regresado. Lola había subido directamente a su habitación castigada por su mal comportamiento en clases. Dámaris había bajado al sótano para asegurarse de que no necesitaran nada. Justo después, los había invitado a cenar.

De no haber estado tan empachada por la cantidad de galletas, patatas y refresco que había ingerido, aquellas palabras habrían sonado muy seductoras. Aun así, Dámaris no le había dado oportunidad de excusarse.

-No te preocupes, Leo te acercará a casa. Así no tendrás que irte tan temprano -dijo Dámaris mientras preparaba la mesa del comedor para todos sus invitados.

-Dámaris, de verdad que no quiero ser una molestia. Además, seguro que Leo llega cansado. Le va a parecer un fastidio tener que llevarme.

-En cuanto le diga que se libra de lavar los platos correrá a por las llaves.

Y con aquella simple y efectiva afirmación había sellado su futuro para las próximas horas.

El marido de Dámaris, Alberto, había pasado una semana muy dura en el trabajo, y Dámaris le tenía preparada su cena favorita.

-Mamá, ¿puedo bajar ya? -Preguntó la pequeña Lola asomándose desde lo alto de la escalera.

-Sí, puedes bajar -asintió Dámaris terminando de preparar la mesa.

Con una sonrisilla mal disimulada, Elena vio como la pequeña bajaba las escaleras manteniendo la cabeza gacha. Lola había heredado la misma cabellera negra y abundante de sus hermanos, y unos ojos grandes y expresivos. Pero lo más cautivador era su boca en forma de corazón que le aportaba un toque inocente cada vez que formaba un puchero o contenía una sonrisa.

-Oh, pero tenemos una invitada -dijo recalcando cada una de las palabras aparentemente sorprendida-. Encantada de conocerte, me llamo Lola.

Elena apretó los labios aguantando la risa mientras le estrechaba la mano con solemnidad.

-El placer es mío. Soy Elena.

-Me gusta tu nombre. ¿Eres amiga de mi hermano?

-Algo así -dijo mirando a Dennis de reojo-. Vernos a diario en la escuela ha hecho que le coja cariño.

-Pues yo vivo con él, y cada día me parece más insoportable.

-¿Y qué es lo que hace para que te caiga tan mal? -Inquirió muerta de risa.

-Dice que soy una pesada -argumentó haciendo un puchero-. Y se queja constantemente de mis preguntas. Pero es que si no las hago siempre las tendré.

Elena asintió comprensiva.

-¿Y tu hermano Leo tampoco contesta a tus preguntas?

-Algunas sí. Aunque la mayoría de las veces dice que le pregunte a mamá porque ella es más sabía.

¡Que el Karma me proteja!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora