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El río Han relucía bajo la luz del mediodía, sus aguas tranquilas reflejaban destellos plateados. Los árboles a lo largo de la orilla se mecían gentilmente y el aire estaba impregnado de una serenidad que parecía ajena a la tensión que cargaban las dos figuras que caminaban a su lado.

Después de que Jennie se alistó, Rosé le pidió que condujera hasta allí. El trayecto fue todo menos cómodo. Sin Jisoo o Lisa para aligerar la atmósfera, el silencio se hizo pesado, casi insoportable. Durante todo el camino, no cruzaron palabra, como si fueran dos completas desconocidas compartiendo un espacio reducido. El eco de la complicidad que una vez las unió parecía ahora tan distante, como un recuerdo difuminado por el tiempo.

Actualmente, caminaban cerca de la orilla. Una junto a la otra, pero con cierta distancia. La australiana mantenía la vista fija en el río, mientras Jennie se atrevía a mirarla ocasionalmente de reojo, insegura de qué decir o hacer. Finalmente fue quien rompió el silencio.

─ ¿Por qué vinimos aquí? ─preguntó con curiosidad y confusión.

Le resultaba extraño que Rosé la llevara allí, de todos los lugares posibles. Si la australiana quería alejarse de cualquier vestigio de lo que alguna vez compartieron, ese no era el lugar adecuado.

Rosé mantuvo la vista fija en el agua mientras respondía. ─ Quiero estar en un sitio tranquilo.

Después de considerarlo mucho, había decidido darle a Jennie la oportunidad de explicarse. Sin embargo, sabía que si intentaban hablar en casa, las emociones podrían volver a desbordarse, y no quería repetir la escena de la otra tarde. Necesitaba un lugar diferente, uno que les permitiera reconectarse de una forma más tranquila. Un espacio donde los recuerdos pudieran suavizar las tensiones. Por eso había elegido aquel río.

─ ¿Recuerdas que solíamos venir cuando estábamos estresadas?

La castaña asintió con la cabeza. ─ Te encantaba pasar el tiempo aquí.

─ Es verdad. ─Una sonrisa melancólica se dibujó en el rostro de la más joven. Tras unos segundos después, se sentó en una banca libre, situada cerca de la orilla pero lo suficientemente apartada de las demás personas que paseaban por allí.

Para Rosé, ese lugar no era solo tranquilo; era simbólico. Había sido testigo silencioso de los inicios de su relación con Jennie. Recordó cómo solía usar el río como una excusa para estar cerca de su mayor.

Cuando los sentimientos hacia su compañera de grupo comenzaron a surgir con una intensidad que la asustaba, trató de convencerse de que era solo admiración o cariño entre amigas. Pero cuanto más lo negaba, más fuertes se volvían. Cada mirada de la pequeña coreana, cada sonrisa robada, encendían en su pecho un fuego que le era imposible de ignorar.

Fue entonces cuando empezó a sugerir esos paseos junto al río. "Para despejarse", decía, usando el estrés de sus agendas como justificación. En realidad, lo que buscaba era conquistar el corazón de la, en ese entonces, morena lejos del ruido y de las miradas del mundo que las rodeaba. Sabía que el río Han, con su vasta extensión y sus rincones tranquilos, era uno de los pocos lugares donde podían ser simplemente ellas, sin etiquetas ni expectativas.

Con el tiempo, aquellos paseos que al principio parecían casuales comenzaron a transformarse en algo más íntimo. Las risas compartidas, las conversaciones profundas, y las miradas robadas se prolongaban más de lo que ambas admitían.

Pero entre todos esos recuerdos, había uno que Rosé atesoraba. Una tarde en particular, había llegado al límite de lo que podía guardar dentro, y en un acto de valentía que aún no sabía de dónde había sacado, confesó sus sentimientos. La imagen de Jennie sonriendo antes de responder que sentía lo mismo estaba grabada a fuego en su memoria. Había sido una de las tardes más felices de su vida.

Última OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora