CAPITULO XXXI

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Adélaïde

Durante el coma

Sé que la vida se me está yendo de las manos pero la paz que respira en este túnel me incita a quedarme y dejar de luchar por recuperar mi vida. Camino por el túnel hacia la luz brillante que vislumbro a lo lejos, camino sintiéndome plena y en paz porque me voy tranquila sabiendo que tuve la vida que quise y soñé.

Estudié la carrera que quería y fuí profesional, viví rodeada de gente que me quiso; mi madre, mis amigos e incluso mis pacientes que siempre llegaban con una sonrisa deslumbrante para decirme que cada centavo y cada minuto en mi consultorio valieron completamente la pena.

Y aunque no todo fue bueno como lo que pasó con mi padre, con mi tío, con Adam y otras situaciones, nada de eso me importa ahora porque voy sopesando cada minuto de mi vida y despidiendome mentalmente de todos mis seres queridos que sé que volveré a ver.

Llego al final de aquella luz donde me recibe un hermoso valle de flores con un césped verde y suave, hay flores por doquier de cualquier tipo; peonías, claveles, tulipanes, rosas, margaritas, girasoles y también hay mariposas revoloteando de un lado a otro. Emocionada, trato de poner un pie descalzo sobre el césped verde y...

De pronto ya no hay más flores ni mariposas solo escucho una voz que se me hace familiar no sé de dónde.

—Buen trabajo, muchachos, la trajimos de vuelta— dicen con una voz de satisfacción y puedo escuchar un pitido irregular. Monitores.

Dejo de escuchar voces y todo queda en silencio salvo los ruidos lejanos que escucho. Trato de moverme, de abrir los ojos, de gritar pero nada funciona, el único sentido que me sirve es el oído y la memoria que no perdona el estado en el que te encuentres, siempre encontrará la manera de sumergirte en tus recuerdos como una corriente de agua.

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Hace diez años

Primer mes del duelo del desamor

Los rincones más absurdos son los que terminan siendo testigo del dolor que puede vivir una persona, las almohadas son como una caja que alberga los gritos y lágrimas que no te puedes permitir sacar a todo volumen y las cuatro paredes de una habitación son los espectadores de un alma rota.

Me aferró a aquel collar que Adam me regaló cuando fuimos a la feria mientras un océano cae por mis mejillas. No he podido quitarme el collar, me duele porque es lo más cercano que tengo él y cuando intento  arrancarlo de mi cuello siento que se me quema el pecho.

Han pasado tres días en los que sobrevivo de agua, horas largas de sueño y gruesas lágrimas que salen por el más mínimo recuerdo. Nadie aparte de Michelle y todo el instituto sabe lo sucedido en la cafetería por lo que mi madre piensa que estoy ocupada con tareas o proyectos ya que no salgo de mi cuarto.

Lloro con sollozos que me desgarrar la garganta, el pecho me arde y mi corazón cae conmigo en picada con cada día que pasa.

Me voy hacia la ventana de mi cuarto sentándome en el borde de esta llevando mis piernas contra mi pecho y abrazando mis rodillas mientras la luz de la luna se filtra por el cristal de la ventana.

<<Solo está confundido, va a volver, yo lo sé>>

Es lo único que repite mi mente en todos estos días de encierro donde mis únicos acompañantes son mis recuerdos, lágrimas y sollozos.

Me niego a creer que me dejó de amar de la noche a la mañana. Me niego a creer que lo que sintió es falso. Me niego a creer que no sigo siendo yo. Simplemente me niego a creer que esas miradas llenas de adoración hayan sido falsas.

No te atrevas a volver Donde viven las historias. Descúbrelo ahora