EPÍLOGO

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Adélaïde

Seis meses después

Nunca digas nunca.

Palabras tan simples pero con tanta razón. Hace diez años dije que nunca volvería a España y curiosamente estoy bajando por las escaleras eléctricas del aeropuerto que según yo, era la última vez que pisaba.

Vengo acompañada de mi madre quien se quedó estos seis meses cuidando de mí en New York y cuando decidió regresar quise venir con ella para tener más tiempo con ella y disfrutar de momentos juntas como hace tiempo no lo hacíamos.

Llegamos al final de la escalera eléctrica pero cuando intento mover mi maleta no puedo, forcejeo para poder sacarla pero está muy atascada y comienzo a desesperarme pero...

—¿Le ayudo señorita?— como caída del cielo escucho una voz varonil y yo asiento aceptando la ayuda.

Mientras tanto reparo al hombre que me ayuda: alto, cabello castaño y peinado hacia atrás, barba media que se le ve muy bien, facciones varoniles y suaves a la vez, tez blanca y ojos cafés y sin duda un muy buen sentido de la moda.

Me siento estúpida cuando veo que saca la maleta con una facilidad ridícula. Me la entrega y por inercia lo miro a los ojos, ojos se me hacen conocidos al igual que sus facciones pero no sé de dónde ni porqué, jamás había visto a ese hombre...

Mi cerebro hace click de una manera rápida y no se cómo logro recordar ligeramente donde lo vi pero su nombre no.

—Espera ¿Tú eres el hombre que comió conmigo hace muchos años?— le pregunto y el hombre arruga las cejas extrañado pero de a poco va cambiando su expresión cuando parece reconocerme.

—Claro, eres la chica del nombre raro— me causa gracia el apodo y le regalo una amplia sonrisa.

—La misma.

—No te reconocí pero oye, que buena memoria tienes.

Escucho que alguien se aclara la garganta a mi lado y es mi madre quien con la mirada, me pide que le presente a la persona que tengo enfrente.

—Oh, ella es mi madre, Katherine- presento primero a mi mamá—. Y él es... ¿Me puedes recordar tu nombre? Por favor— pido.

—Armando, Armando Figueroa— se estrechan la mano a modo de saludo.

—Eh... bueno lo siento mucho pero nos tenemos que ir. Un gusto saludarte— igualmente le estrecho la mano y vuelvo a sonreír pasando por su lado junto con mi madre y...

—¡Chica del nombre raro!— grita cuando estamos casi en la salida y me giro para verlo—¡Se te olvidó darme tu número!—rio nerviosa y me regreso a dárselo con la misma sonrisa que puse cuando lo vi.

★ ☆★ ☆★ ☆

Horas después de que llegué del aereopuerto recibí un mensaje de Armando:

Armando: Mañana paso por ti a las ocho en punto.

Nada más ni nada menos. La emoción me abarca sacándome una sonrisa ya que tenía mucho tiempo sin sentirme así y es curioso porque solo lo vi una vez en mi vida y platique con él un poco, pero me siento bien con eso.

Al día siguiente, me comienzo a arreglar desde temprano ya que me da un ataque nervioso que, por suerte logro calmar con algunos tips psicológicos que yo misma les di a mis pacientes mientras preparaba mi cabello y maquillaje. Casi vuelvo a colapsar porque no encontraba que ponerme pero entre mis curiosidades encontré algo perfecto; un vestido azul marino de hombro bajo cruzado con corte de tulipan y un cinturón.

No te atrevas a volver Donde viven las historias. Descúbrelo ahora