Capítulo diecisiete

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—No es gran cosa —dijo Ron en cuanto nos bajamos del auto.

—Es una maravilla —repuso Harry, contento.

—Ahora tenemos que subir las escaleras sin hacer el menor ruido — advirtió Fred—y esperar a que mamá nos llame para el desayuno. Entonces tú, Ron, bajarás las escaleras dando saltos y diciendo: «¡Mamá, mira quién ha llegado esta noche!» Ella se pondrá muy contenta, y nadie tendrá que saber que hemos cogido el coche.

Todos asentimos.

—Bien —dijo Ron —vamos, Harry, yo duermo en el...

De repente, vi como Ron se puso de un color verdoso muy feo y clavó los ojos en la casa.

Mamá iba por el corral espantando a las gallinas, y para tratarse de una mujer pequeña, rolliza y de rostro bondadoso, era sorprendente el miedo que podía llegar a dar.

—¡Ah! —musitó Fred.

—¡Dios mío! —exclamó George.

—Mátenme —susurré yo.

Mamá se paró delante de nosotros, con las manos en las caderas, y paseó la mirada de uno a otro. Llevaba un delantal estampado de cuyo bolsillo sobresalía una varita mágica.

—Así que... —dijo.

—Buenos días, mamá —saludó George, fingiendo una voz alegre y encantadora.

—¿Tenéis idea de lo preocupada que he estado? —preguntó Molly en un tono aterrador.

—Perdona, mamá, pero es que, mira, teníamos que...

—¡Las camas vacías! ¡Ni una nota! bueno, Nya dejó una ¡Pero no explicaste nada niña! El coche no estaba, podíais haber tenido un accidente, creía que me volvía loca, pero no les importa, ¿verdad? Nunca, en toda mi vida, ya verán cuando llegue a casa su padre, un disgusto como éste nunca me lo dieron Bill, ni Charlie, ni Percy.

—Percy, el prefecto perfecto —murmuró Fred.

—Fred no es el momento —le susurré

—¡PUES PODRÍANSEGUIR SU EJEMPLO! —gritó mamá, dándole golpecitos en el pecho con el dedo— podríais haberse matado o podría haberlos visto alguien, y su padre haberse quedado sin trabajo por su culpa.

Mamá enronqueció de tanto gritar y luego se plantó delante de Harry, que retrocedió asustado.

—Me alegro de verte, Harry, cielo —dijo— pasa a desayunar.

Se encaminó hacia la casa y Potter la siguió, después de dirigir una mirada aterrada a Ron, que le respondió animándolo con un gesto de la cabeza.

La cocina era pequeña y todo en ella estaba bastante apretujado. En el medio había una mesa de madera que se veía muy restregada, con sillas alrededor. El reloj de la pared sólo tenía una manecilla y carecía de números. En el borde de la esfera había escritas cosas tales como «Hora del té», «Hora de dar de comer a las gallinas» y «Te estás retrasando». Sobre la repisa de la chimenea había unos libros en montones de tres.

Mamá preparaba el desayuno sin poner demasiada atención en lo que hacía, y en el rato que tardó en freír las salchichas nos echó unas cuantas miradas de desaprobación De vez en cuando murmuraba: «cómo se os pudo ocurrir» o «nunca lo hubiera creído».

—Tú no tienes la culpa, cielo —aseguró a Potter, echándole en el plato ocho o nueve salchichas—Arthur y yo también hemos estado muy preocupados por ti. Anoche mismo estuvimos comentando que si Ron seguía sin tener noticias tuyas el viernes, iríamos a buscarte para traerte aquí. Pero —dijo mientras le servía tres huevos fritos— cualquiera podría haberos visto atravesar medio país volando en ese coche e infringiendo la ley.

Prohibido ||¿una Weasley en Slytherin? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora