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El arrepentimiento o sentimiento le estaba llegando en ese momento a Elizabeth, sus mejillas estaban mojadas y su labio entre sus dientes. Solo faltaba media hora para tener que estar entrando por una puerta lo treinta veces más grande que ella y aceptando su condena a partir de allí. Nerobasta estaba destrozada al igual que ella, no le estaba haciendo muy bien el ver a su pequeña, la cual crío con todo su amor, estar llorando por el simple hecho de no querer casarse. Estando lista, esperando a ser la hora de entrar y caminar por ese largo pasillo que solo indicaba el fin de su vida, hizo que la albina abrazara a su madre.

— No quiero...— sollozó con desdén y frunció las cejas.

— Lo siento — a ambas les dolía el saber que no podían hacer nada, pero más a la peli rosa, que apesar de haber estado desde su nacimiento, Bartra jamás la dejo opinar sobre lo que estaba haciendo con la vida de su hija— Ellie, perdoname, yo no pude retener esto...

Pero Elizabeth negó a su perdón. Ella no tenía culpa de nada, solo había quedado entre ella y su padre, todo por un mal momento en su vida que hizo enfurecer a Bartra y que ella no pudo defenderse por si misma. Pero los ojos de la peliplata dejaron de llorar, y tomando un suspiro se miro ante el reflejo de los ojos zarco de su madre.

— Es hora— murmullo en bajo, incorporándose y percibiendo la tristeza que dejaba a su madre cuando se separó de ella. Su vestido blanco conjunto con su cabello, pero el dolor de sus ojos era tan grande que el brillo estaba opaco. Suspiro y limpio su rostro, tomando las últimas cosas que le faltaban como su velo, que fue un acto de amor el que su madre se lo pusiera.

Un último abrazo y consuelo para que ambas tomaran caminos distintos. Ella lista para ser recibida por el rubio y su madre para estar presente en el momento que toda mujer espera.

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El pequeño sonido de la punta del pie sobre el suelo, que Meliodas estaba causando, hizo que el brazo de Zeldris lo golpeara ligeramente. Aunque su presencia decía mucho, solo quedaba que no lo arruinará cuando los camuflados papeles del contrato, que en realidad no serían los presentes papeles de matrimonio lo delatara al firmar. Familia Demon así como la de la chica, estaban esperando el momento que se haría oficial su matrimonio. No creía que Elizabeth tuviera la familia suficiente para que el no reconociera su parentesco, pero no fue de mucha importancia al ver a los miembros más importantes, sentarse hasta al frente.

Los invitados así como la familia de ambos, comenzaron a guardar silencio y levantarse de sus asientos cuando las puertas se empezaron a abrir, reluciendo sobre el interior y pasando a relucir a la mujer que comenzó a caminar sobre el altar. Una suave melodía comenzó al ingresar y con ello las sonrisas de las personas más cercanas al futuro matrimonio.

Un suave suspiro dio Meliodas al mirar a la chica caminar lento sobre la alfombra y darse cuenta que su mirada no estaba perdida, tenía un punto fijo y ese era el. Parecía querer decirle con la mirada todo lo que sentía, pero también estaba compartiendo esos sentimientos de dejar todo atrás. Pero con el pasar de los segundos y el camino de Elizabeth se volvió más corto, el rubio se dio cuenta del cambio de ojos que la albina tenía. Un ojo color miel y el otro azul, un perfecto combinar con un medio día y un atardecer. Tan pacífica y suave sus expresiones, que no creía que fueran reales.

Hasta llegar al punto donde el tenía que ofrecer su brazo para acompañarla hasta el padre que declararía su matrimonio, no dejo de mirarla de reojo, con un brillo en los suyos. La ayudo a arrodillarse al altar y después el lo hizo, bajando la cabeza y escuchando la bendición del sacerdote con una imposición de manos ante ellos. Pero después de escucharlo, llegaron las promesas, que aunque el rubio estuvo practicando por si solo, ahora su mente comenzaba a recitarlo por si mismo.

Prometidos Desafortunados (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora