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— Cariño, ¡Estas bellísima!— imploró Nerobasta, con las manos sobre su pecho y su mirada dócil.— Es hora de bajar, Meliodas te espera.

Elizabeth consistió, dando un último retoque a rostro con brillo y ajustando su prenda más a su cuerpo. Meliodas no se había equivocado en decir que esa era su talla. Su cuerpo entabló con el vestido negro, una perfecta excusa para que el rubio se sintiera orgulloso de su sabiduría en la vestimenta.

Salió de su habitación, haciendo sonar levemente sus tacones bajos color plateados. Sabía que si llevaba tacones altos, era más probable que llevara consigo al rubio al suelo. Y no era un beneficio para la impresión del amigo de el. Sus miradas se combinaron recorriendo el cuerpo del otro. El vestía con un esmoquin del mismo color de su vestido, una sinfonía portadora de buena reputación.

Bajó acordé su capacidad de manejar los tacones y sonrió.

— Buenas noches, Elizabeth — saludo cordial y ofreció su brazo caballeroso.

— Buenas noches — su cabello rubio estaba muy bien peinado hacia atrás, dejando ver un hombre atrayente y con finos rasgos en su rostro.

No dejaban de mirarse el uno al otro, un apego de sus ojos tan fuerte como el imán, pero tan estúpido como no querer dejar de sonreír. Nerobasta sonrio, con una taza de té sobre sus manos, suspirando por el dulce aroma del líquido y el cliché momento de ambos.

— Te dije que te quedaría perfecto — comento con burla, intentando esconderla con una sonrisa. Elizabeth rodó los ojos, divertida.

— Lo se, lo sé.—rio— Gracias señor con buenos gustos.—ironizo arrugando la nariz —Madre, tenemos que irnos.

— Disfruten la noche, chicos.— sorbió de su té, mirando como ambos se retiraban y dejando que ocultaran su perfecta mentira para los demás.

Meliodas camino con ella hasta su auto, dejandola sorprendida y fascinada con el Bugatti negro ante sus ojos.

— Me gusta coleccionar autos— implicó abriendo la puerta para que ella entrará. Elizabeth quedó espléndida por el diseño, pero le quedó claro que Meliodas coleccionaba sus autos como un pasatiempo. Tal vez se debía por el aburrimiento de no saber usar su dinero o el solo sueño de todo chico. Dejo atrás las preguntas, haciendo que el rubio manejara tranquilo.— Te ves hermosa.

Elizabeth sonrió mostrando sus pómulos rojos y sus ojos destellando lo que su corazón palpitaba. Era algo de lo que ya se había acostumbrado oír de los labios del rubio, pero no podía acostumbrarse a dominar su corazón frenético. Empezaba a ser tan común el hecho de que solo lo decía, con sinceridad y sin balbucear o dudar antes de comentar.

Meliodas comenzaba a enseñar el lado resguardado que llevaba consigo. Pero no dejaba de ser el mismo por su familiar vocabulario sincero. Todo lo que pensaba lo decía, así fuese la cosa más ofensiva sin dejar una postura recta y un lenguaje moderado para disfrazar la palabra.

Los pensamientos acabaron cuando llegaron y Meliodas bajo primero para abrirle la puerta, tomandola por la cintura y atrayendola a el.

— El lugar es muy grande— comento Elizabeth.

— Olvide mencionarlo. Habrá personas con puestos grandes, incluyendo la política.—No era algo nuevo en su vida, pero tampoco lo más divertido. Seguro conocería algunas caras familiares por sus recuerdos y también caras nuevas, pero esa noche estaría con Meliodas y lo haría más fácil. No como su padre.

El brazo de Meliodas se recorrió hasta su espalda, dando un ligero toque y magistral escalofrío. No sabía si estaba jugando o algo por el estilo, pero empezó a acariciar su espalda conforme pasaba el tiempo. Ambos fueron recibidos por guardias de seguridad identificandolos y haciendo una reverencia cortes, patéticamente forzados. Elizabeth rodó los ojos, sin medida, sabiendo que el rubio lo había notado. No dijo nada, más solo curvó sus labios.

Prometidos Desafortunados (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora