XVlll

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La semana que se suponía para Meliodas que su esposa estaría mejor, fue lo contrario. Nada había cambiado, su mirada lo evitaba y su cuerpo se alejaba incluso cuando dormían juntos. No podía entender cómo ayudarla o solo saber que pasaba. Tampoco sabía si la madre de ella estaba enterada sobre su repentino cambio, tal vez eran esos días que las mujeres cada mes se ponían bipolares y el estaba delirando las cosas.

Regularmente ella siempre que terminaba con su trabajo, esperaba hasta que el también lo hiciera, pero esta vez, había dicho que tenía un pendiente importante, trayendo consigo su auto y no decirle u avisarle con quien o donde iría. Le había preguntado a su cuñada a donde había ido, pero la rubia también había estado al tanto con sus actividades discretas y dudaba en donde realmente la albina podría haber salido.

Por otro lado, Elizabeth había estado pensando toda esa semana sus próximos movimientos, Mael no había vuelto a aparecer, pero eso no significa que no lo haría en cualquier momento. Sus pasos sonaban cada que caminaba sobre ese pasillo solitario, frío y muy blanco. Acercándose a la puerta blanca y volviendo a sentir el mismo escalofrío que creyó haber olvidado, giró la manilla y la pelinegra de su al frente la miró con sorpresa.

— Elizabeth. Que sorpresa, — se levantó de su escritorio – mírate ya eres toda una adulta — la de ojos miel se acercó e inspeccionó a la femenina— Pensé que no te volvería a ver. Te dije que no volvieras al menos que... al menos que.

Elizabeth abrazo a su psicóloga y la morena jadeo.

— Merlin, ayúdame— la pelinegra la abrazó fuerte y acarició su cabeza, había olvidado ese llanto que la albina le estaba proyectando, no cabía duda de porque su presencia.— No sé qué hacer, el volvió y dijo que no me dejaría en paz.

— Tranquila... ven, siéntate y cuéntame qué pasó.

— Llegue de mi luna de miel, pero en el aeropuerto lo miré por primera vez en años, pensé que era una equivocación de mi mente pero horas después se presentó en una reunión con mi esposo. Todo el tiempo estuvo hablando en francés, el sabe que es mi segunda lengua, me dijo que no descansaría hasta doblegarme.

— ¿Estas casada? ¿Por qué razón llegaría justo en tu luna de miel?

— Mi padre antes de morir, me obligó a comprometerme con Meliodas, el sabía que en algún momento Mael volvería.

Merlin suspiró y dejó que ella también lo hiciera.

— Elizabeth, para que una herida pueda curarse, primero debe ser vista. — la de ojos bicolor ladeó su cabeza sin entender.— ¿Se lo has dicho a tu esposo?

— No, no quiero y no puedo— Merlin la miró, le dio unos documentos y la chica los tomó.

— Tu expediente de cuando tenías 16 años, recuerda lo lastimada que estabas en ese tiempo, ¿Crees que en este momento sigues siendo la misma niña que en ese entonces? — la peliplata siguió leyendo su expediente, razonando en los traumas que había traído aquel chico— ¿Cómo te sientes al saber que los que te rodean quieren ayudar pero no saben cómo?

— No quiero que piense que soy una Puta o que estoy sucia, jamás me he sentido tan asqueada por un tema como este.

— La parte más difícil de poner un límite es aprender a sostenerlo, Elizabeth. Cuando te frustras en querer hacer lo correcto que en este caso es ocultarlo, te haces daño a ti misma y a los que te rodean.— sus ojos ya estaban tan cristalizados y llenos de gotas que no pudo sostener más el agua en ellas.

Prometidos Desafortunados (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora