Sus ojos los decían todo. El vacío que de energía era exagerado para ambos, necesitaban dormir más de lo que se suponía que debieron hacer en el vuelo, pero solo pudieron recibir un dolor de espalda y de cabeza por el espacio reducido sobre sus asientos. Elizabeth había memorizado su discurso en francés muy bien, pero en ese momento no recordaba con que palabras debía comenzar. Era madrugada o mejor dicho, ya era el siguiente día, seguro que solo llegarían a darse una ducha e irse a la empresa, pero eso no impediría que sus ojeras estarían hasta sus mejillas.
— Lo duro de ser un adulto — murmullo Meliodas, bostezando y caminando de la mano con ella. — Le diré a Zel que llame al chofer de papá.
— ¿Seguro que responderá?— el rubio asintió y sacó su teléfono.
El aeropuerto de Minnesota era muy grande, con solo caminar unos cuantos metros estaba segura que se perdería. Ya había sucedido cuando era más joven y le fue aterrador alegrarse por primera vez, encontrar a su padre. El frío le había hecho recordar que el clima con el cual había estado una semana, era más cálido y oportuno de disfrutar, ahora lo necesitaba y quería regresar a la isla de Filipinas.
Un gentil llanto la hizo voltear y mirar a un pequeño niño llorando solo en el medio de las personas. Su mirada se hizo dócil y comenzó a acercarse para ayudarlo, seguro que estaba extraviado por estar jugando con el pequeño avión sobre sus manos o solo se había alejado de sus padre. Sin embargo, al estar unos metros cerca de él, la mano de una mujer atrajo al niño y Elizabeth miró como el dejó de llorar y abrazó a su madre con esperanza. Sonrió y se despreocupó al ver que el pequeño estaba a salvo, caminó de regreso a donde estaba su esposo y el la miró con una ceja arqueada.
— ¿Dónde estabas? Creí que le diría a tu madre que te habías perdido en el aeropuerto de Minnesota y no en otro país — sonrió y ella tomó su mano.
— Mire a un niño solo, creí que estaba perdido pero...
Su cuerpo fue empujado en contraste, pero por suerte el rubio la sostuvo y ambos miraron al propietario del golpe.
— Discúlpeme, Señorita — hizo una breve reverencia con su cabeza y volvió a caminar erguido.
Elizabeth dejó salir el aire que sus pulmones retenían, mirando como el chico se alejaba con cada paso y comenzando a sudar.
— ¿Todo bien, Elizabeth? — Ella arrugó el entrecejo y asintió después de unos segundos.
— Si...
Tal vez había confundido al chico o solo estaba cansada por el largo vuelo y su mente deliraba cosas, pero algo le había dejado un mal sabor en el paladar que le hacía dudar sobre el regreso de esa persona.
Dejó de sobre pensar las cosas y le dio toda la atención a su esposo cuando habló sobre lo que se hablaría en la junta, pero ella sabía que lo que estaba escuchando de la boca de él, no saldría para dar su opinión, porque ni siquiera podía hablar una palabra en francés.
.
Como Elizabeth había predicho, necesariamente solo necesitaron de una ducha y prendas limpias para estar listos. Le fue extraño no haber regresado al hogar donde había vivido casi toda su vida, pero ahora era la esposa de Demon, lo cual implicaba en muchas cosas nuevas para acostumbrarse. Sus pertenencias ahora eran compartidas con las de él, aunque ella tenía su propio clóset, otras cosas como el compartir cama o el baño era algo de lo que se tenía que acostumbrar.
— Siéntete libre de merodear en esta casa, ahora es tuya también — dijo Meliodas acomodando su corbata y mirándola sobre el reflejo del espejo.
ESTÁS LEYENDO
Prometidos Desafortunados (Pausada)
RomanceEn el corazón del vibrante mundo empresarial, Meliodas, un influyente y exitoso empresario, vive una vida que muchos envidiarían. Sin embargo, su destino da un giro inesperado cuando se compromete con Elizabeth, una enigmática joven con un secreto p...