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Capítulo 2

Casualmente, la vez que conoció a Mónica Carrillo fue en una fiesta navideña. Eran sus primeras Navidades en el bufete, y había entrado en el local alquilado con más emoción de la que merecía una fiesta de empresa. Pero, maldita sea, se sentía jodidamente feliz consigo misma, después de haber sido contratada por Wilkens & Granger sólo un año después de terminar la carrera de Derecho, tras haber trabajado en un bufete mucho más pequeño.

Era el típico club de hombres en los círculos superiores, como lo seguían siendo muchas empresas de la vieja escuela. Pero Vanesa no se amilanaba por ello y, en general, todo el mundo parecía bastante agradable para trabajar.

Varias personas le habían asegurado que podía llevar a su "novia, compañera o esposa" a la fiesta. No es que tuviera una que traer, dado que su novia había roto con ella. Una semana y media antes de Navidad. Frunció el ceño, por supuesto.

En fin. Fue una buena fiesta. W&G puso todo su empeño en el catJadeg y la decoración, con música navideña a todo volumen por los altavoces. Y Vanesa se encontró detrás de la mesa de refrescos, con una combinación mortal de no haber comido en todo el día y una grave debilidad por las galletas.

—¿Te gustan? –Una voz suave preguntó desde su izquierda, sorprendiendola, Vanesa se dio la vuelta rápidamente y al momento se atragantó con la galleta que había estado masticando.

La morena más despampanante, con unos ojos verdes que la cautivaron en el acto, estaba de pie a unos centímetros con una pequeña sonrisa en los labios, mientras señalaba la colección de galletas de azúcar escarchadas que había en el plato de Vanesa. Es unos centímetros más alta que Vanesa, con un vestido dorado pálido hasta el suelo que brilla y le hace parecer que ella misma está resplandeciente. Completamente fascinante.

Después de unos momentos de boquiabierta vergüenza, se las arregló para tragar la comida en la boca antes de toser.

—Yo... sí, son realmente increíbles. Y lo dice alguien a quien normalmente no le gustan las galletas de azúcar a pesar de –bajó la voz conspiradoramente —Una seria historia de amor tanto con el azúcar como con las galletas.

Un encantador rubor recorrió las mejillas de la mujer.

—No se lo diré a nadie. Pero como la persona que los hizo, me siento muy complacida.

Con una mirada que ella sabía que era similar al asombro, miró de la mujer a su plato y viceversa.

—¿Los has hecho tú? Asumí que todo era servido...

La pequeña sonrisa se transformó en una más grande y radiante y, con ella, el estómago de Vanesa se llenó de mariposas. Una sonrisa de respuesta se dibujó en sus propios labios.

—La mayor parte lo es, en realidad. Pero estoy en el consejo de eventos de la empresa y pensé... ¿por qué no contribuir un poco?

—Estás contribuyendo terriblemente a mi autocontrol.

—Creo que en esta época del año es cuando el autocontrol de todo el mundo cae en picado. –respondió la morena con un susurro burlón.

Tenía un comentario coqueto en la punta de la lengua cuando Diego -que se había comportado como un completo imbécil desde el primer día: pasando de tirarle los tejos, a comentarios homófobos apenas velados cuando ella le había dicho que era gay, a pelearse amargamente con ella por casos todos los días desde entonces- se acercó caminando hacia ellos.

Puso los ojos en blanco, ya de mal humor, y se preparó para interponerse entre aquella mujer y aquel imbécil. Porque estaba segura de que iba a hacer algún comentario sarcástico sobre la sexualidad o algún comentario grosero sobre el muérdago, sobre todo por la mirada furiosa que le dirigía.

Cuando menos te lo esperasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora