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Capítulo 12

Vanesa sabe que si tuviera un poco más de sentido común, pondría distancia entre ellas. Ella lo sabe. Sabe que este es el peor camino posible para sus sentimientos. Pero es más que eso: no se trata sólo de esos sentimientos. También se trata de la forma en que Mónica le dice una noche: "No he tenido una amiga como tú en toda mi vida".

Ana le dice, no sin simpatía, cuando cenan la semana siguiente: "Me alegro de que seas amiga suya. Es estupendo". Da un sorbo a su agua antes de mirar a Vanesa con complicidad. "Vas a estar muy jodida, y no de forma divertida".

***

Vanesa se da cuenta de lo jodida que está el 25 de mayo.

Va a recoger a Mónica y Abbie para la barbacoa de su hermano, frunciendo el ceño cuando no hay pasos excitados que respondan a la puerta. Abbie siempre corre a abrir la puerta cuando sabe que Vanesa viene. Y sinceramente, la adora. Hay un lugar especial reservado en su pecho para la sonrisa que Abbie le dedica cada vez que la ve.

Cuando llama a la puerta por tercera vez, se siente bastante preocupada de que algo haya pasado porque ni Mónica ni Abbie se han olvidado nunca de los planes. Mónica tampoco ha respondido a sus llamadas, lo que... odia esa sensación de picazón en el estómago, pero está casi a punto de tirar la puerta abajo.

Sin embargo, antes de que pueda hacer algo drástico, la puerta se abre lentamente. Vanesa abre los ojos al ver a Mónica con bolsas bajo los ojos y el pelo alborotado, tiene un aspecto que nunca había visto. Y por un momento, Mónica parece confundida al verla también, antes de que un momento de claridad la invada.

—La comida al aire libre. –su voz es nasal, claramente congestionada. Tiene sentido con lo decaída que parece. Sacude la cabeza, con las mejillas pálidas y los ojos llorosos. —Lo siento mucho. Yo quería enviarte un mensaje, pero estuvimos despiertas casi toda la noche, y he estado dejando a Abbie jugar en mi teléfono toda la mañana.

Se ha enterado de que Abbie se resfrió ayer por la mañana en su colegio. Y por lo que parece, Mónica también está resfriada.

—Lo siento. –vuelve a decir Mónica, apoyándose en la jamba de la puerta mientras tapa un bostezo. —¿Le das las gracias a tu familia por invitarnos? Abbie se va a enfadar mucho cuando se dé cuenta de que se lo pierde.

Le da las gracias a su familia. También les dice que ella tampoco puede venir.

—No debe de ser fácil cuidar de un niño enfermo, y menos cuando tú también lo estás. –le dice a Mónica en voz baja pero con firmeza cuando ella protesta débilmente para que Vanesa se quede.

Mónica se resiste todo lo que puede antes de rendirse y echarse una siesta en su cama. Vanesa va de puntillas por el salón, intentando no despertar a Abbie, que está tumbada en el sofá mientras levanta pañuelos.

Cuando Abbie se despierta, con cara de tristeza, se le encoge el corazón. Duda, dispuesta a ir a buscar a Mónica si eso es lo que quiere Abbie. Pero en lugar de eso, le pide a Vanesa que se siente con ella, extendiendo un brazo hacia ella desde debajo del bulto de mantas en el que está acurrucada.

Tiene una fobia bastante presente a ponerse enferma desde hace años, pero no se lo piensa dos veces antes de acomodarse junto a Abbie, que aprieta su cabecita febril contra el hombro de Vanesa.

—¿Puedo jugar con Norah cuando me ponga mejor?

—Por supuesto. Podéis volver a dormir en mi casa si queréis. Podemos tener un maratón de cine y hacer palomitas, si quieres. –Vanesa le pasa una mano por el pelo y se lo aparta del cuello húmedo.

—¿Podemos? –hay un entusiasmo allí, pero extremadamente moderado. Como si no tuviera energía para mostrar su felicidad.  Es un sentimiento desconocido, esta abrumadora simpatía por Abbie y el impulso de protegerla.

No quiere darse cuenta de que está enamorada de Mónica tomando sopa de pollo, mientras Abbie se tumba contra ellas, roncando por la congestión. Mónica sostiene su tazón de sopa -hecho de una lata; la madre de Vanesa estaría tan decepcionada de ella- cuidadosamente equilibrado en su regazo mientras recuesta la cabeza contra el sofá. Sus ojos aún están cansados, pero un poco más alerta, mientras dice: "Si no tienes cuidado, me volveré demasiado dependiente de que me salves el día".

Es cálida pero también... hay una vulnerabilidad bajo sus palabras. Y como Mónica es tan parecida a una puesta de sol -con todas las capas que la hacen ser quien es, cada una de ellas diferente y absolutamente hermosa, pero a veces ocultando lo que hay en el cielo-, Vanesa no puede leer todas las emociones que hay bajo esa vulnerabilidad.

Pero es en ese momento cuando las cosas se ponen en su sitio, y su corazón late con la certeza de que tiene que llamar amor a esos sentimientos.

Como en este momento, comprende por qué todo en el mundo -guerras y canciones y toda la literatura- se remonta a esto. Le hace pensar que, por una vez, comprende lo que ha estado persiguiendo todos estos años. Ella ha querido amor, y ha pensado que entendía lo que significaba.

No es hasta este momento en el que Mónica la mira como si llevara una capa -en el que confía en que Vanesa va a estar aquí durante este momento, confía en que puede mostrarle estos momentos de debilidad- cuando lo siente.

No quería enamorarse de Mónica. Pero aquí está, acurrucada con una familia que no es del todo la suya, y nunca ha querido nada más.

Así que... Jodida.

El acuerdo de divorcio entre Mónica y Diego se firma el 6 de junio. Diego se quedará con todo el dinero de su familia -incluida esa cuenta no protegida en Singapur-, así como con la casa de dos millones de dólares en las afueras de Madrid en la que habían vivido. Ella había retirado la petición de pensión alimenticia por la exigencia inflexible de Mónica de que nunca volvería a vivir del dinero de Diego y nunca le daría algo que la dominara.

Vanesa se siente aliviada cuando Diego finalmente cede y renuncia a su vengativa proclamación de custodia. Mónica accede -con un suspiro- a que Vanesa exija la manutención de la niña, reconociendo que puede ahorrar la mayor parte para la futura educación de Abbie y otras cosas que pueda necesitar.

Ya es bastante duro para la abogada que hay en ella salir de esto sabiendo que podría haber ganado mucho más para su cliente. Especialmente sabiendo que el cliente es Mónica, que debería tenerlo todo.

Pero en el momento en que Monica se vuelve hacia ella justo después de salir de la reunión, con una sonrisa tan brillante que el mundo podría girar a su alrededor, sus ojos centelleando hacia ella como si hubiera hecho algo mágico, Vanesa se siente más satisfecha después de un acuerdo de lo que nunca había estado en su vida.

—Custodia primaria. –dice Mónica las palabras con tanto asombro, saboreándolas en los labios, mientras sostiene la mirada de Vanesa.

Espera un abrazo y está lista para recibirlo cuando Mónica levanta los brazos. Pero, en lugar de eso, se encuentra con que Mónica le ahueca las mejillas y acerca su cara a la suya, tirando de ella hasta ponerla de puntillas.

Los labios de Mónica son tan, tan suaves. No puede pensar en otra cosa que en sus mejillas, su barbilla, su nariz, su frente... en todas partes, excepto en los labios, salpicados de besos exuberantes.

Sus ojos se entrecierran y lo único que puede hacer es sentirlo: el calor de su cercanía, el olor de Mónica envolviéndola, la fuerza de sus dedos enterrados en el pelo de Vanesa. Todo ello se combina y se apodera de su estómago en una sensación de deseo, unida a la dulce calidez del momento.

Mónica es muy táctil, lo ha descubierto en los últimos meses, pero nunca nada como esto. Y Vanesa aprieta sus manos fuertemente contra sus muslos para que no toquen en ningún sitio de Mónica como le apetece hacer.

Dios.

Mónica se está riendo cuando se retira, y Vanesa sólo puede mirar mientras su corazón late con fuerza, y espera que todo lo que late en su cuerpo no esté escrito en su cara.

🧸.

Cuando menos te lo esperasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora