|16|

492 20 4
                                        

Capítulo 16

—¿Mamá?

La voz de Abbie procedente del pasillo lo detiene todo, rompiendo la burbuja. En una fracción de segundo, el mundo que estaba bloqueado vuelve a toda velocidad, empezando por la mano que Mónica ha apretado en su camisola, que se tensa por la sorpresa y luego empuja tan fuerte que Vanesa siente como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho mientras su espalda se golpea contra el mostrador detrás de ella.

Los ojos de Mónica se abren de par en par, mirándola fijamente, mientras con la otra mano ya se está tapando la boca mientras sacude la cabeza. No es... no es una mirada positiva en absoluto, y todo dentro de Vanesa empieza a caer de golpe, en esta extraña zona de shock.

—No. Yo no... –es todo lo que susurra, antes de apretarse los dedos contra los labios y parecer cortar todo sonido.

Y Vanesa... no sabe qué hacer. Sus manos yacen inútilmente a los lados, deseando tocar a Mónica, pero vacías. El corazón le sigue latiendo con fuerza, la sangre le corre por los oídos tan fuerte que casi siente que se va a desmayar. Su estómago ya se está hundiendo como una piedra, cayendo tan rápidamente desde la cúspide de lo más alto a una extraña sensación que sólo puede categorizar como estupefacción.

Porque, ¿qué demonios estuvo a punto de hacer?

No hay tiempo para pensar qué decir o cómo disculparse o explicar algo, incluso si pudiera, porque Abbie está en la cocina ahora, frotándose los ojos.

—¿Has terminado con las magdalenas? Sigo despertándome porque... –Se corta en cuanto ve a Vanesa, su cara se ilumina con una sonrisa soñolienta. —¡Todavía estás aquí!

La mano de Mónica se suelta de donde ha estado agarrando con tanta fuerza la camisola de Vanesa, como si el contacto la quemara y acabara de realizado. Ella fija una sonrisa que Vanesa puede decir que está agotada en los bordes mientras se vuelve para mirar a Abbie.

—Cariño, ¿qué haces levantada? –Hay un ligero tono en su voz que no me gusta.

—¡Acabo de decir! No puedo dormir. No paro de oler magdalenas y de pensar en mi fiesta de mañana... –Se interrumpe, mirando con curiosidad la enorme cantidad de magdalenas que ya están horneadas y enfriándose en los mostradores mientras se acerca.

Vanesa quiere intervenir y decir algo que normalmente diría aquí. Asegura a Abbie que las magdalenas están aquí y que no se van a ir a ninguna parte, porque sabe que todo esto se debe probablemente a la mezcla de emoción y ansiedad de Abbie por tener su fiesta de pijamas.

Pero el mundo aún no se siente bien sobre su eje, y ella no puede forzar ninguna palabra.

Mónica recobra la compostura mucho mejor y más rápido de lo que puede, extendiendo las manos para apoyarlas en los hombros de Abbie.

—Las magdalenas están todas hechas, y alguien tiene que irse a la cama para que pueda levantarse temprano y ayudar a decorar para su fiesta.

—Pero Vanesa...

—Se va, porque es muy, muy tarde. –Mónica se apresura a interrumpir, su tono ya no es crispado y es en cambio firme y constante. Ella no mira a Vanesa de nuevo, y eso se siente como otro dolor que se suma fuertemente a esta acumulación en su pecho. —Entonces, di buenas noches otra vez.

Abbie hace un mohín con el labio inferior, pero accede.

—Buenas noches, Vanesa. Te quiero.

—Yo también te quiero. –consigue decir aunque suena tan aturdida como se siente.

Mónica mantiene sus manos sobre los hombros de Abbie, sin mirar atrás a Vanesa en absoluto mientras guía a Abbie fuera de la cocina y de vuelta a su dormitorio.

Cuando menos te lo esperasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora