Capítulo 5
Porque los clientes no son amigos, y así es como debe ser. Pero tal vez no esté destinado a ser así para ellas.
La semana siguiente ve a Abbie saludándola exuberantemente desde unos seis metros de distancia, frente a la entrada del zoo de Madrid. A su lado, por supuesto, está Monica, que se queda paralizada por lo que cree que es sorpresa.
—¿Quién es? –Zach, su sobrino, pregunta mientras ella los conduce.
Ella hace las presentaciones: Zach es el hijo de Francis, y Norah es la hija de Antonio, de ocho y diez años, respectivamente. A Abbie le encanta la idea de pasar el día con otros niños, así que la decisión de pasar el día en el zoo en grupo se les escapa de las manos.
Caminan unos seis metros detrás de su pequeña pandilla de niños, y Vanesa asiente lentamente para sí misma mientras se mete las manos en los bolsillos. Mónica está extrañamente callada mientras camina a su lado, lo que la incomoda un poco. Nunca se había mostrado tan reticente con ella. Por otra parte, se abrió a Vanesa como su abogada. Y tal vez sea eso, se da cuenta.
—Puedo decirles a Zach y Norah que tenemos que irnos temprano, si quieres. –ofrece, rompiendo el silencio que ha habido entre ellas durante los últimos diez minutos.
La frente de Mónica se arruga en ese pensamiento intenso, el que tan a menudo tiene y que la convierte en un misterio para leer, mientras se vuelve para mirar a Vanesa. Antes de volver a mirar a Abbie, que parlotea con una sonrisa.
—No, está bien. –ella frunce los labios, antes de exhalar un suspiro. —No tenías que pagar por nosotras.
Vanesa la mira, con las cejas fruncidas por la sorpresa. Ni siquiera se lo había pensado dos veces antes de acercarse a la cabina de entrada, declarando que tenían dos adultos y tres niños.
Mónica se cruza de brazos y se las arregla impresionantemente para parecer seria incluso con las manos enfundadas en esas manoplas.
—Yo no... tú conoces el estado de mis finanzas, sí. Pero no necesito tu compasión, y no quiero que asumas que no puedo llevar a mi hija al zoo con mi propio dinero. No necesito que nadie pague nuestros gastos.
—Mónica...–parpadea sorprendida, porque sinceramente no tenía ni idea.
Pero Mónica ya se está alejando, con los ojos fijos en los niños, que han decidido que es hora de seguir adelante. Se apresura a seguirle el ritmo, estirando la mano para tocar la espalda rígida de Mónica a través de su chaqueta y conseguir que la mire.
—No quise decir nada con eso. Lo juro. Estaba preparada para pagar cuatro entradas más hoy
-se suponía que iban a venir mis otros sobrinos-, así que simplemente me salió. No era mi intención. – repite.Por eso no es buena idea ser amiga de los clientes, se recuerda a sí misma. Los malentendidos o las líneas poco definidas pueden agriar fácilmente una relación que, por lo demás, es buena.
Mónica la mira atentamente. Una mirada que, en cierto modo, le gusta. Como si Mónica también intentara descifrarla. Y aparentemente lo consigue, porque la agitación desaparece de su expresión.
—¿No lo hiciste?
Ella sacude la cabeza.
—Y no te compadezco; te respeto, mucho.
Se alegra de que Mónica parezca darse cuenta de que lo dice en serio, y su expresión se aclara aún más mientras siguen caminando. Se siente aliviada. Ella no quiere eso: Que Mónica piense mal de ella. O peor aún, que Vanesa piense mal de ella.
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Cuando menos te lo esperas
Fiksi PenggemarCuando menos se lo esperaba, Vanesa Martín aceptó el caso más importante de su vida. Historia adaptada. Créditos a la autora