~• CAPÍTULO TRECE •~

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Intento calmarme después de haber estampado mi teléfono contra el asfalto

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Intento calmarme después de haber estampado mi teléfono contra el asfalto. Mikhail la acabarás encontrado, estás totalmente seguro. Sabes quién eres.

Respiro profundamente apoyando las plasmas de mis manos sobre mi nuca. Casi me da un ataque de ira como, me pasaba de adolescente después del secuestro.

Tuve demasiados problemas en esa época para recordar ahora mismo, ahora la prioridad es donde se va a esconder. En que puto país.

Recojo el teléfono del suelo, de milagro no se ha roto. Está a prueba de fuerza y golpes por lo que parece, ni siquiera la pantalla se rompió. Lo coloco dentro de mi bolsillo, camino a la cabaña donde se alojaba.

Entro viendo a mis hombres registrarlo todo. Subo las escaleras a la habitación mirando que había dejado bastantes cosas, eso que la avisaron cuando ya estábamos llegando aquí. No le dio tiempo a hacer las maletas en condiciones como en España.

Pienso en el momento en que llamé a su padre, tuvo que ser minutos después que ella se entera y escabulle. No tengo ninguna duda, alguien dentro de la casa de Meyer se lo dice todo al Evans Richter. ¿Qué podría hacer la próxima vez para estar más seguro de que es él? Veré más adelante.

Me dirijo hacia una de las mesas de noche abriendo uno de los cajones viendo bragas de encaje de todos los colores, saco un de ellas y me la llevo a la nariz. Un aroma a dulce, ¿así huele su coño o es detergente? Ya quiero probarlo.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por el grito de mi querido hermano, —¡Mikhail, baja al sótano! ¡Tienes que ver esto!

Con mala gana dejo las bragas donde estaban y cierro el cajón con furia. Salgo de habitación bajando escaleras sin parar hasta el sótano donde se encontraba un Dominik impactado con lo que estaba viendo. Miraba una caja gigante de madera.

Me ve de reojo y señala el interior. Me asomo, mis ojos se abrieron más que nunca. Un puto arsenal de armas de todo tipo, hasta una pistola de francotirador. Esta mujer está llena de sorpresas que nunca me pude imaginar de la princesa de mi país.

— Joder, —es lo que pude decir ante tantas armas juntas.

— Jefe, —me llama uno de los miembros de mi ejercito teniendo toda mi atención. — Aquí encontramos un rastro de sangre que al parecer se le olvidó limpiar, —retira otra de las cajas grandes de madera.

Me acerco y me agacho a ver bien. Gotas de sangren adornaban el color de este oscuro lugar.

— También... —mi hermano vuelve a llamar mi atención así que giro mi cabeza hacia él, —creemos que salió por aquí para escapar. — Señala una de las pequeñas ventanas que daba frondoso bosque nevado. Una de aquellas ventanas estaba abierta.

— Es evidente, —digo totalmente convencido, —para estar lo más segura de poder escapar rodeo la cabaña y se arriesgó a que la atrapemos. Por bosque no estaba segura si la íbamos a encontrar o no.

Emperatriz [#III Saga emperadores de la mafia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora