La Tarea Sin Fin

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Sostenía el puño en alto temiendo en propinar hacia el muro de madera en forma de una puerta sacada del hogar de los hobbies de la Tierra Media. Debería ya hacerlo de una vez. ¿Por qué estaba dudando? Si bien, existían dos buenas razones para no hacerlo: una era que su orgullo se vería mancillado al otra vez insistir al enano con tendencia a ver con un solo ojo y otra, la mamá de este fue capaz de producirle una cierta clase de "miedo". ¿Qué tal si salía la Sra. Wazowski y lo jalaba para adentro con la doble intención de consentirlo? Sacudió velozmente su cabeza de tan solo pensarlo.

Además también existían otras dos razones por la cual debía de hacerlo: Yeti lo había amenazado de que si no consiguiera las tareas escolares ya no le permitiría la entrada a su casa lo que este justificó que debía de comportarse como un tutor para él y no un mal consejero y amigo (sintiéndose comprometido por ser un poco mayor que Sullivan) y la segunda razón ante todo y la más obvia era que tenía que eludir a su papá para que ignorara por completo en que embrollo se había metido y como si no fuera poco, su amigo el abominable monstruo de las nieves lo chantajeo en contarle todo a su progenitor en caso de fallar. ¡Desgraciado muñeco de nieve! Se enfureció mucho con él, pero en el fondo sabía que tan solo lo estaba haciendo por su bien. ¿O por el bien de su vecino párvulo?

Se armó de valor como si su destino dependiera de dar unos toquidos hacia la puerta del hogar de las criaturitas con pies peludas de El Señor de los Anillos. Fueron tan solo unos dos, pero con suficiente sonoro para que escucharan. Se cruzó de brazos y no pudo evitar jugar con el empeine de su pie derecho sobre suelo en un vaivén de arriba hacia abajo. Alcanzó a escuchar unos ruidos débiles de unos pasitos que se acercaban a la entrada. Del otro lado quitaron el seguro de la puerta y giraron el pomo dando abertura a la hoja de madera del color de rosa "mírame a fuerzas" y asomándose una rendija estrecha. Para alivio de Sullivan, apareció el monstruito de cabello verde fosforescente que en cuanto cruzó su mirada con la de él, enseguida cerró la puerta de un golpe sin dejar que el otro "saludara".

Esa acción, irritó súbitamente al enorme chico monstruo que dio vuelta sobre sus talones decidido a retirarse. ¿Cómo se atrevía el enano a cerrarle la puerta enfrente de sus narices? Sin embargo, de nuevo las dos razones de porque debía estar ahí le cayeron como un balde de agua fría sobre la cabeza necia haciéndolo entrar en raciocinio por mucho que buscara otras opciones. Apretó su mandíbula odiando este vergonzoso dilema en la que se encontraba. Viró hacia la puerta de madera a tocar de nuevo sin trabas. Espero unos minutos sin haber indicios de que la abrieran. Entonces, con una resolución obligada por sí mismo se limitó a hablar.

- Hola enano. Necesitó de tu ayuda para ponerme al día con las actividades escolares.

Otros minutos transcurrieron sin recibir respuesta.

- Enano. Seré paciente contigo porque para mí maldita mala suerte, no cuento con otra ayuda así que quiera o no, tú eres mi única opción.

El tiempo fue tedioso para Sullivan para verse aguardando un poco más. Su paciencia estaba al límite a punto de desboronase. Entonces fue cuando la vocecita con acento costeño de Yeti llegó a su sesera: "Viejo, también debes disculparte con Mike. Tú lo molestaste y con mucha razón no te quiere ayudar. ¿Es obvio o no?"

Maldición. Se repitió mentalmente. Aparte de estar afuera de la casa del monstruito que no le caía bien como un tonto debía rebajarse más siendo lo más concerniente posible para ganarse su favor. Respiro profundo casi inhalando todo el aire a su alrededor. Se tranquilizó a la vez que aclaraba su garganta.

- Disculpa. Discúlpame enano por comportarme como un idiota contigo.

Sullivan se calló inmediatamente sin tener más que decir. Todo permaneció en silencio teniendo la precipitada conclusión que tampoco había funcionado.

Somos los MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora