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Tord despertó lentamente, y lo primero que registró fue un cuerpo muy desnudo y muy caliente contra su espalda, Ridgewell. Estaban haciendo cucharita… Ridgewell le estaba haciendo cucharita, diciéndose a sí mismo que no fuera tonto la cama era muy estrecha y simplemente no había mucho espacio Tord abrió los ojos, parpadeando aturdido. Y se encontró mirando a dos pequeñas niñas observándolos con curiosidad.

–Tord está despierto. –Susurró Matilda, chupando su pulgar. –¿Puedo ser ruidosa ahora? –Ell negó con la cabeza.

–El Sr. Ridgewell todavía está durmiendo. –Un pequeño surco apareció entre las cejas de Matilda.

–Pero qué está haciendo el señor Ridgewell en la cama de Tord?

–¡Está durmiendo, tonta!. –Dijo Ell, olvidándose de susurrar, Tord sintió que el hombre detrás de él se movió un poco y apretó su agarre suelto alrededor de la cintura de Tord. Ridgewell murmuró algo ininteligible, sus labios rozaron la oreja de Tord quien hizo una mueca y tiró de las sábanas más alto, asegurándose de que las niñas no podían ver nada que no deberían ver. Matilda señaló a Ridgewell.

–Tú me dijiste que me callara, pero ves ¡le despertaste! –Ella sonrió. –Buenos días, Sr. Ridgewell!

–Buenos días. –Dijo Ridgewell con voz ronca justo dentro del oído de Tord. La piel se le erizo por completo a Tord, el cerró los ojos y se mordió el labio controlandose.

–Buen día. –Dijo al fin, volviendo la cabeza. Era raro ver el pelo de Ridgewell tan desordenado, pero eso, junto con la barba oscura y toda la piel desnuda, hizo cosas extrañas en las entrañas de Tord. Los ojos oscuros de Ridgewell vagaban sobre su rostro. Tord no estaba seguro de cómo actuar, o estaba seguro de donde se encontraban.

–¿Por qué el Sr. Ridgewell durmió en tu cama?. –Preguntó Matilda. –¿Él no tiene una cama? –Los labios de Ridgewell se retorcieron.

–Algo así, enana. –Dijo, sin dejar de mirar a Tord.

–No la llames enana.

–No me importa. –Dijo Matilda. –¡Soy bajita!

–A ella no le importa. –Dijo Ridgewell. Resoplando, Tord buscó sus shorts y se los puso, haciendo una mueca con algo de malestar.

–¿Duele? –Ridgewell murmuró, sentándose también. Tord casi saltó de la cama y le lanzó una mirada con los ojos entrecerrados. El rostro de Ridgewell era sobre todo inescrutable, pero había un sospecha de algo en sus ojos...

–Deja esa mirada de suficiencia. –Dijo Tord y echó un vistazo al reloj de la pared. –¿No tienes una clase que dar pronto?

–Sí. –Dijo Ridgewell, levantándose de la cama. Se veía tan fuera de lugar en la pequeña habitación en mal estado de Tord, que no era siquiera es gracioso. Tord se volvió, agarró a las niñas y las sacó de la habitación.

No seas ridículo, se dijo a sí mismo… Sólo fue sexo. Sí, sexo con otro hombre, sexo con su profesor pero sólo sexo. No tenía motivos para sentirse nervioso, eran adultos que se habían deseado el uno al otro y habían follado para rascarse la picazón. Sencillo, nada complicado al respecto. No tenía por qué ser complicado, Tord seguía diciéndose a sí mismo eso mientras preparaba el desayuno para las niñas cuando el timbre sonó. Fue a abrir la puerta.

–¡Buenos días!. –Dijo la señora Hawkins, empujando más allá de él. –Buen día, chicas.

–Buenos días, señora Hawk. –Las niñas dijeron al unísono.

–¿Han comido ya? –La señora Hawkins preguntó a Tord.

–No, yo estaba a punto de alimentarlas, pero se me está haciendo un poco tarde y realmente apreciaría si usted… –Ella lo despidió.

Retorcido [TomTord]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora