Capítulo 36 ༒

877 116 22
                                    

Hablé con Ray en un descanso en la primera clase, entonces luego vi a Majo para la sesión de Inglés y, de hecho, llegamos muy temprano y nos dimos cuenta de que llevábamos ya mucho tiempo esperando a la profesora cuando todos comenzaron a irse.

Álvaro, quien se sienta a mi derecha, volteó.

—¿Nos vamos? —preguntó.

Miré a Majo.

—¿No les avisó nada? —me dirigí a ella, quien negó.

—Te habría avisado.

Cuando la mujer no se presenta, envía un correo o le avisa al representante de la clase y el recado me lo pasa Majo.

—Entonces vámonos —dije.

Me levanté con mis cosas. Podemos ir a desayunar, algo que seguramente están haciendo Anna y Santos.

Al llegar a la mesa donde estaban ellos en la cafetería, Majo y Anna se saludaron.

Siento que me empeñé en sacarla de su zona de confort porque yo era igual de cerrada que ella, es decir, yo lo hacía por decisión propia, no quería que nadie entrara en mi vida, en cambio, es agradable saber que, cuando algo bueno te pasa, tienes a quién contárselo o, si te sientes triste, tienes a quién llamar.

En Solitarie, llegué a la sala de tarot directamente porque me dijeron que me estaban buscando y después de entrar y de reconocer a quien quería verme, llevaba varios minutos esperando a que dejara de caminar de lado a lado delante de mí.

Es la profesora Sofía. Por su atuendo, no fue al instituto hoy. Luce arreglada, solo que no como estoy acostumbrada a verla en las clases, lleva más bien ropa casual.

Por otro lado, ya le di la vuelta al reloj de arena cuatro veces y, según sé, es de un minuto completo.

—No quiero ser grosera —expresé—, pero esto también es trabajo y necesito sacar algo de...

Vino a asentarse al otro lado de la mesa.

—Fuera del tarot y todas estas cosas —suena agitada—, ¿realmente crees en las segundas oportunidades?

—Por supuesto.

—¿Llegan solas o uno las tiene que construir?

—Creo que llegan solas, pero sin avisar, y uno las tiene que encontrar y aprovechar, es un trabajo en conjunto.

Luce preocupada.

—¿Y si es algo que yo quiero, pero... alguien más me lo impide?

—Algo está haciendo mal —respondí—. ¿Qué es eso que le preocupa tanto? Veo que no es algo que no puede hacer, sino que alguien más no la deja.

—Ay, Nadia —murmuró en un suspiro—, ¿sabes?, yo siempre he sido muy... —me miró—. Me encierro en mi mundo, cargo con muchas cosas y no quise... Creí que no merecía ser feliz —Fruncí el ceño—. Por eso, por mis miedos, lo perdí todo y ahora quiero recuperarlo, siento que lo merezco.

Acerqué el puño a mi boca, mientras la observaba sin pestañear.

Juro por los nueve coros angélicos que esta vez sí me está engañando.

Acaba de hablar como si fuera yo misma. Me estoy viendo reflejada en ella.

—Pienso que absolutamente todo lo que hacemos se nos regresa, ¿eso a usted le asusta? —ladeé la cabeza.

Lo vi, por el ser creador que lo vi; pasó saliva. Sí, le asusta.

—Yo... he sufrido mucho y merezco ser feliz, ¿no lo merecen todos?

Solitarie | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora