Capítulo 30. Epílogo

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Marzo 1991, Tigre.

Estacionaron el auto frente a una casa y ella observó el barrio con su nariz pegada a la ventanilla.

– Vamos Nati. – dijo su papá abriendo la puerta de atrás. Bajo tomando su mano y se adentraron a la nueva casa. Chiquita pero lo suficientemente grande para tener dos habitaciones, una cocina comedor y un patio en el que jugar con Kia, su perrita. Su mamá ya había servido la comida y se sentaron los tres juntos a comer. – ¿Te gusta la casa? – ella asintió prestando atención a su plato de pastel de papa.

Su padre la había sorprendido cuando lo vió en la puerta del colegio, rara vez podían ir buscarla pero al estar ambos de vacaciones por la reciente mudanza habían decidido consentir a su única hija, al menos por esta semana ya que la otra volverían a su trabajo con normalidad y Natasha quedaría a cargo de la niñera.

– Sabes que cuando saqué a pasear a Kia a la mañana me crucé con los vecinos... – dijo su mamá llamando la atención de su marido.

– ¿Y, buena onda o nada que ver? – respondió él.

– Muy copada la señora, Alicia creo que me dijo que se llamaba. Me la cruce justo cuando ella salía con los hijos, el mayor tenía el mismo uniforme de Nati y como me llamó la atención, le pregunté. – miró a su hija que prestaba atención al relato de su madre. – Me dijo que estaba en primer grado, capaz es compañerito tuyo Nati...

La nena levantó sus hombros y siguió comiendo con tranquilidad, ambos suspiraron. Si había algo que caracterizaba a su hija era la timidez que ella tenía al momento de socializar con niños de su edad, al principio sus padres se preocuparon y decidieron llevarla a una psicóloga. Por suerte no era nada de lo que ellos habían pensado, simplemente su hija tenía su tiempo para entablar una relación con otras personas y cuando lograba entrar en confianza, podía ser ella misma sin tener la vergüenza del principio.

Cerca de las cinco de la tarde el matrimonio había decidido dar una vuelta por el barrio y de paso llevar a su hija a la plaza, por lo que armaron el matero, guardaron unas galletitas ópera y un saché pequeño de cindor para su hija y salieron los tres junto a la mascota de la familia. Según le había dicho Alicia a Silvia, la mamá de Natasha, tenían a tres cuadras una plaza donde ella solía llevar a sus hijos así que para ahí fueron. Se acomodaron a un costado sobre el pasto y la nena fue solita a jugar a los jueguitos de la plaza.

Se entretuvo jugando con el tobogán y la arena que rodeaba los juegos cuando un nene de su misma edad se acercó a ella. Natasha lo miró con el ceño fruncido viendo como mojaba arena cerca de ellos con una botella de agua, le sonrió causando confianza en ella y tomó el baldecito llenándolo de la arena mojada. Lo dió vuelta dejando una montaña de arena húmeda y ella sonrió copiandolo. Entre los dos lograron armar una especie de castillo de arena que enseguida fue derribado por otro nene.

– ¡Patricio! – gritó enojado mirando a su hermano que se reía, la nena a su lado lo miró enojada. – Le voy a decir a mamá. – se giró mirando a su nueva amiguita y volvió a hablar. – Vamos acompañame así me creen. – Natasha agarró la mano que Gastón le ofrecía y salieron corriendo directo a la mamá del chico quien hablaba animadamente con sus vecinos nuevos mientras vigilaba a su hijo más chiquito que jugaba con Kia, la perrita de los Gómez. Antes de llegar a ellos frenaron y Gastón volvió a hablar. – Yo soy Gastón ¿vos cómo te llamas?

– Natasha – dijo agitada por la corrida y Alicia los llamó cuando los vió cerca de ellos. Se acercaron y el nene le contó a su mamá lo que su hermano había hecho provocando risas en los más adultos que veían a Patricio llegar tranquilo.

– Mentira ma – dijo lo más tranquilo parado al lado de su vecina, Alicia lo miró con reproche y volvió a hablar. – Bueno es verdad pero Gasti no me daba bola por prestarle atención a ella. – dijo enojado tirando del pelo de la nena a su lado que lo fulminó con la mirada y le pegó en el brazo para después irse ofendida a sentarse al lado del hermano más chiquito. Sacó la cindor y las ópera ofreciendole a Guido que agarró dos galletitas después de tener el permiso de su mamá.

Pensamientos || Patricio SardelliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora