Prefacio

533 40 0
                                    

La cabeza del muchacho giraba hacia todos lados con rapidez como la de una presa en alerta sabiendo que era perseguida. Sus ojos intentaban con desesperación encontrar la amenaza entre los troncos de los árboles y los arbustos espinosos que escondían sombras juguetonas y alimentaban su ansiedad junto con el aleteo en su corazón. Más arriba, sobre las frondosas copas verdes que se agitaban con la brisa veraniega, el cielo se había vuelto oscuro y de manera paulatina se había cargado de nubes tan gordas como copos de algodón. Había arrojado los auriculares en algún lugar del sendero porque no quería distracciones. Alguien lo estaba siguiendo, jugando con él y asustándolo. Estaba seguro de eso. No podía tener su mente en otro lugar si quería salir de allí sano y salvo. El bosque se había vuelto siniestro de repente. Creyó ver una salida más adelante mientras el corazón golpeaba fuerte dentro de su pecho. Parecía que iba a atravesar su caja torácica en cualquier instante. Volvió a correr a toda velocidad para lograr el escape justo cuando una sombra lo impactó con fuerza. Dos manos se estrellaron contra su torso y pronto su espalda sintió la dura presencia del tronco grueso de un pino. Sintió electricidad recorrer toda su espina. No estaba solo. Sus sospechas habían resultado ser ciertas.

Había algo siniestro en la mirada oscura del tipo alto que estaba de pie frente a él. Su torso estaba descubierto y sus hombros redondeados junto con los pectorales definidos, le recordaron a una estatua de mármol de un guerrero griego que había visto alguna vez en una galería de arte. El hombre se veía tan fuerte como un roble que soportaba las tormentas y cubría todo su campo de visión. Se veía joven, pero en la profundidad de sus ojos grises parecía habitar algo antiguo. Su rostro era atractivo al igual que su extraño cabello blanco. Tenía los dedos de su mano envueltos alrededor de su cuello como una serpiente constrictora. Ellos tenían anillos de piedras negras y cortaban paso a su respiración. Los escalofríos lo recorrieron entero cuando él deslizo la yema de sus dedos por esa área de su cuello donde las arterias palpitaban con fuerza.

El firmamento encima de ellos era un cristal negro que había comenzado a agrietarse gracias a los relámpagos blancos que traían consigo el sonido apagado de los primeros truenos que precedían a la tormenta. Uno de esos relámpagos iluminó el rostro del tipo que lo tenía apresado. La esquina derecha de su boca roja se había levantado y sus ojos se habían vuelto tan celestes como una piedra preciosa. En aquel momento su rostro se veía espeluznante. No tenía la fuerza para quitarse de allí, ni física ni mental. Se sentía con los pies clavados en la tierra junto al inmenso pino. Las ramas habían comenzado a mecerse con el viento cálido de verano que cobraba intensidad.

—No te preocupes. Esto no te va a doler y te olvidarás apenas haya terminado, cosa bonita. Dejarás que me alimente de ti y te marcharás a tu casa sin analizar tanto la situación. Nunca encontrarás la respuesta.

Su voz melodiosa lo adormeció. En alguna otra ocasión, luego de algunas copas de vino, no le hubiera molestado tener a un tipo tan sensual prometiéndole la mejor noche de su vida en la oscuridad. Pero esta no era la promesa de algo bueno. Estaba aterrado, o sabía que debía estarlo, mas no intentaba liberarse del sujeto. No supo si su captor había movido los labios para hablar en voz alta o solo podía escucharlo dentro de su cabeza. Pero sonaba convincente y sus ojos eran hipnóticos. El hombre frente a él soltó el agarre en su cuello y torció su cabeza a un lado con amabilidad. Se acercó despacio para darle un beso en el cuello antes de sentir como le desgarraba la piel con los dientes. Eso le causó un dolor tremendo mas no pudo gritar. Se quedó allí detenido en el tiempo, por propia voluntad con los ojos llenos de lágrimas, notando como algo húmedo se deslizaba por su cuello para bajar al centro de su pecho. Solo bastó un relámpago para darse cuenta de que estaba solo. No sabía qué había sucedido, pero soltó un grito de dolor. Parecía que le habían hecho un corte en el cuello con un objeto filoso. Llevó su mano hasta esa zona de su piel que no dejaba de arder y al observarse, contempló sus dedos manchados de sangre al igual que su camiseta deportiva. Corrió con desesperación, pensando que iba a morirse desangrado en ese bosque de árboles altos que lo observaban como gigantes siniestros. Caminó y tropezó varias veces con las raíces de los árboles que se enterraban en la tierra.

¿Por qué estaba herido? ¿Qué cosa lo había hecho sangrar? Alguna vez su difunta madre le había dicho que no debía acercarse al bosque, que nada bueno sucedía cerca de la mansión abandonada. Aunque la gran casa llevaba bastante tiempo habitada. Él nunca había creído en esos cuentos y siempre salía a trotar por allí en verano durante las noches, cuando el calor era más tolerable. En esa ocasión no fue capaz de reconocer los senderos ni las flores que veía todos los días y eran parte de su mapa mental del territorio. Todas esas cosas que le eran familiares se habían desdibujado.

A lo lejos, entre los troncos de los árboles pudo ver una luz tenue. Era una cabaña y debía haber alguien en casa. Las ventanas se veían iluminadas. Tenía que pedir ayuda y escapar de ese bosque de espinas cuanto antes. Si alguien lo había lastimado, tal vez volvería a terminar con el sangriento trabajo que había comenzado.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Condena de sangre [Escarlata #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora