Capítulo 8

164 30 0
                                    

El sábado siguiente, media hora antes de la velada en casa de los Svensen, Amara se observó de cuerpo completo en el gran espejo rectangular que se hallaba en un rincón de su habitación. No podía creer lo que unas citas con profesionales del cuidado personal habían logrado en tan poco tiempo. Su cabello negro tenía unas ondas perfectas y parecía brillar con vida nueva. Poseía una luminosidad que antes no había visto. Se lo habían peinado de tal forma que caía sobre su hombro izquierdo, despejando el lado derecho del rostro. Sus cejas y pestañas se veían tan bien que le costaba creer que esa era su cara. No era una chica que le prestara atención al maquillaje, pero no estaba mal usarlo de vez en cuando. Además, no le habían hecho algo exagerado. ¡Y el resto! Esteban le había ayudado a elegir un vestido de color vino tinto que era de ensueño. En la parte superior, la tela de encaje delicado que se ajustaba alrededor de su torso tenía apliques de lentejuelas que daban vida a pequeñas hojas que se esparcían para encerrar una parte de sus hombros. Tenía un gran escote en V y su piel quedaba expuesta. Desde la cintura hacia abajo la falda no era muy ancha. Estaba hecha de capas de gasa que al flotar se volvía transparente. Había un gran tajo en uno de los lados y la pierna izquierda de Amara se asomaba exponiendo su muslo y las sandalias plateadas que se había puesto. Tomó un pequeño bolso para complementar y pudo meter solamente unos pañuelos de papel, su celular y las llaves. Su amigo llamó a su puerta y ella se apresuró a rociar un poco de perfume sobre su cuerpo antes de recibirlo.

—¡Madre mía! ¡Me gustan las mujeres ahora! Creo que acabo de convertirme —exclamó el chico con exageración al verla y Amara sintió como el calor le subía por las mejillas. Esteban se la quedó mirando un rato con un aire de orgullo en el rostro.

—¡No seas tonto! No soy la gran cosa. ¿O me vas a decir que no has visto mejores en esta especie de eventos?

—Deja de menospreciarte de esa manera, Amara. Te ves hermosa —dijo él, dejándole un beso en la mejilla con cuidado para no arruinar su maquillaje—. Hace mucho tiempo no asisto a un evento de gala. Así que la verdad no sé.

—Bueno. Hablando de gala, tú te ves como un galán —comentó ella con una sonrisa dulce y observó al chico que podría ser parte de cualquier campaña de moda—. Será un placer que seas mi acompañante esta noche.

—Si subo una foto contigo a mis redes sociales, tus lectores van a envidiarme.

Amara soltó una risita y contempló a su nuevo amigo otra vez. El muchacho llevaba su cabello oscuro peinado a la perfección, con un efecto húmedo y estaba segura de que algún producto con delicioso aroma había puesto en su pelo. Vestía un esmoquin hecho a medida, de un bonito color azul y la tela era tan sedosa que parecía brillar. Completó el atuendo con unos zapatos modernos y lustrados. Parecía que ni siquiera le costaba arreglarse así.

—Creo que ellos van a envidiarme a mí.

—Gracias, princesa. ¿Vamos? He venido en mi auto para que no tengamos que atravesar ese bosque. Una noche como hoy no podemos llegar caminando con hojas en el cabello y las suelas de los zapatos cubiertas de fango. No vamos a dar que hablar. Y si lo hacemos, que sea porque nos vemos geniales.

—Debemos ser los únicos pobretones en esa fiesta —bromeó Amara, cerrando la puerta de su casa—. Estoy segura de que habrá gente más importante que nosotros reunida allí.

—Pobretones, pero con más estilo que nadie. Mi padre estará allí. Tal vez te lo presente. Pero no quiero que te aburra hablando orgulloso de la ciudad que ha creado. Tiene pasión por alardear.

Entre risas y con cuidado para no arruinar sus prendas nuevas, los amigos subieron al vehículo para partir hacia la mansión Svensen. Esteban condujo por una carretera que parecía rodear toda la isla. Decenas de lámparas altas iluminaban la ruta. A veces, la gran serpiente de asfalto se perdía entre las grandes arboledas para volver a salir a espacios abiertos desde donde se podía apreciar el río. No les tomó más de cinco minutos encontrar el sendero que los condujo hasta la gran casa de los hermanos. El muchacho detuvo el auto junto a tantos otros que se encontraban ya estacionados sobre el césped.

—¡Wow! Se ve precioso —dijo Amara observando las antorchas encendidas por todo el jardín delantero que era enorme. El cielo estaba estrellado sobre los techos de la mansión. Cada ventana se veía iluminada y una música de cuerdas proveniente del interior se dejaba escuchar en la brisa. Decenas de vestidos de colores y trajes de diferentes cortes y estilos se movían en el patio de cemento. Las personas bebían y comían pequeños manjares que unos muchachos con uniformes negros de botones dorados les ofrecían en bandejas de plata.

—Se ve que estos noruegos o lo que sean, tienen estilo —comentó Esteban junto al oído de Amara—. No puedo creer que sea la primera vez que pongo un pie aquí. Espero que sigan dando estas fiestas.

—Buenas noches. Pueden ingresar a la casa si lo desean —dijo uno de esos muchachos que servía los tentempiés. Su espalda estaba recta y su cabeza levantada con orgullo—. Allí dentro hay música y más comida. Aquí afuera solo tenemos refrigerios. Los señores bajarán pronto por la gran escalinata para dar la bienvenida a sus invitados. Es mejor que consigan buenos lugares.

Esteban tomó la mano libre de Amara y se apresuró para ingresar al recibidor. La arrastró por un mar de gente que se agolpaba en un espacio que era grande, pero con la multitud, parecía reducido. Hasta que por fin pudieron llegar a la sala de estar. Había varias personas de pie allí, sosteniendo copas de champaña en la mano. Por supuesto que Amara no conocía a nadie así que su amigo se encargó de mostrarle algunos de los rostros más conocidos y populares de Aguas Negras, junto con varios chismes acerca de amoríos y negocios ilícitos que sabía sobre ellos. Saludó de manera falsa a compañeros de la secundaria, mas no les permitió acercarse. La muchacha tomó una copa de la burbujeante bebida porque se sentía abrumada. Esteban levantó su mano a modo de saludo mirando a un hombre que le dijo era su padre. El alcalde estaba en un rincón hablando de manera acalorada con otras personas importantes. El hombre lo reconoció y asintió con su cabeza antes de retirarle la atención a su hijo. Amara pensó que ese gesto no era de lo más cortés.

De repente se hizo silencio y la voz de Esteban, que seguía anunciando estrellas locales y hablando sin parar, por fin se apagó. Se acalló el murmullo y también la música de los violines. El ruido del mundo a su alrededor había sido absorbido. Amara giró sobre sus pies con cuidado para observar la gran escalinata de mármol blanco y barandas de hierro negro retorcido. Sobre el último escalón en la cima se encontraban las tres personas más imponentes que había visto en su vida. 


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Condena de sangre [Escarlata #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora