Capítulo 23

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—Buenas noches, Amara. ¿Cómo estás? Espero no haberte asustado —saludó el mayor de los Svensen. Su voz era ronca y los tonos naranjas de un sol que moría en el horizonte pintaban un hermoso lienzo detrás de él y la cabaña. El hombre llevaba en su rostro una sonrisa genuina. No era espeluznante ni tétrica como la de sus hermanos. Era un gesto que Amara todavía no había visto en él. El tipo había dado un giro de ciento ochenta grados desde que la había salvado de ser aniquilada por su propio hermano. No era el mismo Viggo que se había encontrado cuando estaba trotando en el bosque o el que los recibió en la mansión la primera vez con esos aires de superioridad. Amara abrazó su cintura porque había salido sin abrigo. A veces, cuando el calor decidía dar tregua, el atardecer y la noche siempre llegaban con una brisa fresca que soplaba desde el lago para correr a través de los bosques.

—Hola, Viggo. Estoy bien. No me has tomado por sorpresa. Estoy acostumbrándome a encontrarme con ustedes. Solo pensé que no vendrías tan pronto. La noche recién está llegando —dijo ella y caminó hasta la puerta de su casa. Sacó la llave de una pequeña mochila que cargaba en la espalda y abrió la puerta. Pudo notar que estaba bajo la atenta mirada del hombre y eso la incomodó un poco. Sabía que él no iba a lastimarla, quería creer en eso. Pero era un hombre imponente. Ingresó en la cabaña y esperó que su invitado hiciera lo mismo, mas él no se movió de su lugar—. ¡Cierto! Lo había olvidado. Puedes entrar, Viggo. Eres bienvenido.

El vampiro sonrió y dos hoyuelos se dibujaron en sus mejillas antes de meterse a la casa. Se quitó la chaqueta oscura para dejarla en el respaldo del sofá blanco en el living. Llevaba una camiseta negra de mangas cortas ajustada a su torso atlético. La tela ponía resistencia alrededor de esos hinchados bíceps. ¿Se habría alimentado recientemente? ¿Era por eso que su cuerpo se veía más fibroso que por la mañana?

—¿Quieres algo de beber? —preguntó Amara arrojando la mochila de manera descuidada sobre el sillón—. No tengo gran variedad de bebidas. Creo que hay una lata de cerveza olvidada en alguna parte del refrigerador.

—Quiero beber tu sangre... —susurró Viggo y sus ojos se pusieron de color turquesa, como si estuviera intentando hipnotizarla. Amara se quedó de piedra por un segundo, sintiendo como un escalofrío la recorría entera. Hasta que recordó que él ya no tenía poder sobre ella. El semblante serio del hombre se derrumbó mientras sus ojos volvían a ser grises y soltó una carcajada—. Lo siento. Ha sido una pésima broma. La peor broma que un vampiro puede hacer con una humana. Puedes insultarme o golpearme.

—No eres gracioso. Ahora no te daré nada de beber ni de comer —dijo ella cruzándose de brazos y mirándolo con los ojos entrecerrados. Si él quisiera alimentarse de ella no necesitaría su poder de convicción. Era fuerte y rápido y sería capaz de atraparla en un segundo y tumbarla al suelo para hundir sus colmillos en ella.

—No es que necesite alimento de verdad, Amara. Comemos y bebemos comida humana por pura costumbre. Pero echaré de menos un buen té de hierbas si decides no ofrecerme nada. ¿Podría darme el placer de un buen té, señorita? —dijo él negando con la cabeza y poniendo una mano sobre su pecho, donde su corazón de bestia debía latir con fuerza. Estaba actuando de forma dramática y exagerada. Eso le sacó una sonrisa.

«¿Quién eres y qué han hecho contigo, Viggo Svensen?», pensó la escritora. Era la primera vez desde que lo conocía que lo veía comportarse así. Antes había sido bromista, pero de una manera irónica y arrogante. En ese momento sus bromas parecían genuinas y divertidas.

—Voy a preparar té igual. No quiero que digas que soy una desagradecida. Después de todo, me salvaste y me curaste. No sé si he sido clara antes así que vuelvo a agradecerte, Viggo —dijo Amara con toda la honestidad que le fue posible imprimir a su voz. Cuando se sintió atravesada por la mirada gris del hombre dio media vuelta y se dirigió hasta la cocina para poner agua en la tetera. Tomó dos sacos de té de hierbas de una alargada caja de madera de color celeste y puso uno en cada taza blanca. Hubo un incómodo silencio hasta que el agua hirviendo llenó el lugar con ruido. Ella vertió el agua caliente en las tazas, agregó azúcar y las llevó hasta la mesa ratona. Se sentó en el sofá y observó a Viggo ocupar el sillón individual.

Condena de sangre [Escarlata #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora