Capítulo 3

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Amara se despertó la mañana siguiente escuchando el cantar de los pájaros que formaban parte de un estridente coro. El sol débil en forma de rayos de luz inundaba su cuarto. De repente algo la alejó de esa calma. Oyó el sonido de la música en su reproductor de audio y un programa de noticias a todo volumen en el televisor. Se dio cuenta de que la electricidad había regresado y que todos los dispositivos se habían encendido a la vez. Luego de asearse y volver a ponerse ropa cómoda, es decir un pantalón gris con camiseta lisa blanca, se dedicó a apagar luces y artefactos. En su pequeña y acogedora sala de estar recordó que tenía un invitado.

—Esteban... —susurró. Más el chico no estaba allí. No podía verlo por ningún lado. La manta estaba doblada a la perfección sobre el sofá y sobre la almohada había una nota. Se las había arreglado para encontrar papel y una pluma.

Gracias por tu amabilidad, Amara. Eres una buena persona. No muchos hubieran decidido ayudarme. Si no tienes amigos por aquí, no dudes en enviarme un mensaje al número que escribiré abajo. Aunque tendré que comprar un celular nuevo. El otro quedó perdido en el bosque. Me hallarás más fácil si vas a la aldea central de Aguas Negras y preguntas por la tienda de ropa de Esteban Pozzi. Allí me encontrarás. Eres un amor. Fue un gusto conocerte.

PD: eres una gran escritora y amo tus libros. Por si no quedó claro anoche. XD

Amara sonrió, sintiendo un cosquilleo en el corazón y tomó esa nota para guardarla en el cajón de su escritorio con las cosas importantes. Esas cosas para ella eran flores marchitas que antes habían estado llenas de vida y belleza, notitas de colores como la de Esteban, lápices y piedras que llamaban su atención. La cafetera ya estaba en marcha y además preparó unas tostadas con manteca y mermelada de arándanos. Se sentó frente a la laptop y se puso a investigar sobre Aguas Negras. El lugar tenía una isla central que era el corazón lleno de bosques del lugar. Era donde ella se encontraba. La isla estaba rodeada por un río que lo encerraba como una serpiente. Con pintorescos puentes de piedra gris la isla se conectaba a cinco aldeas a su alrededor. Estas no tenían un nombre en particular. Toda el área se llamaba Aguas Negras, pero sí había una aldea más grande a la cual los locales le decían centro. Allí había bares, restaurantes y tiendas de ropa o electrónica. En ese lugar debía vivir Esteban. Tal vez por la tarde lo visitaría. Se había quedado enamorada viendo fotos del lugar. Había llegado allí por una amiga que le recomendó la zona. Pero no había salido mucho.

Se pasó la mañana escribiendo algunas ideas para el siguiente capítulo de la novela. Lo hizo en mayúsculas bajo el título. Después de limpiar un poco la cabaña y almorzar, decidió salir a caminar. Muchas veces Amara no le daba el crédito suficiente a lo que una buena caminata podía lograr. Además del ejercicio físico, aclaraba la mente y podían surgir ideas para su historia. Se dijo que tenía que estar consciente de cada paso que daba porque no conocía el área y no quería perderse. Abandonó su pintoresca casita, que le había costado todos sus ahorros, porque la había comprado, no rentado. Cuando ella se metía en algo lo hacía de lleno. Con las ventas de los libros anteriores más los ahorros de sus pocos años desempeñándose como secretaria administrativa, había podido adquirir la cabaña. Su amiga Virginia le había dicho que podía rentarla, pero ella decidió arriesgarse. Con cada paso que daba y cada flor nueva que veía, con cada nuevo sitio iluminado por una tonalidad diferente de los rayos del sol, Amara sabía que estaba en el lugar correcto. No podía decir con certeza si se quedaría allí de por vida, pero esa cabaña era su conexión al sitio.

La señal de teléfono había regresado con la electricidad así que, con su celular en la mano, el GPS y una aplicación de mapas, se ayudaría a llegar hasta la aldea central donde trabajaba y tal vez vivía Esteban. Fue allí que lo recordó. Había una mansión en ese bosque. No podía perderse eso así que en vez de tomar la ruta que la llevaría hasta el destino deseado, decidió ser rebelde para adentrarse en el bosque. El lugar no era espeluznante ni terrorífico. Reinaba la paz allí. Podía escuchar el cantar de las aves que se ocultaban en las copas de los árboles altos y observó las motas de polvo flotar en los rayos de luz que imitaban columnas. El suelo estaba cubierto de hierba verde alta y raíces de árboles ancestrales se ocultaban entre la maleza generando posibles obstáculos para personas distraídas. También había un celular en el suelo junto a un pino y una roca blanca cubierta de musgo verde.

Condena de sangre [Escarlata #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora