Capítulo 10

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Amara se perdió entre los árboles sintiéndose embriagada y tal vez un tanto mareada. Era raro porque había bebido muy poco vino y todavía tenía un resto en la copa que sostenía en una de las manos junto con el sabor leve en sus labios. A su espalda quedó la fiesta y las luces de las lámparas como luciérnagas sobre los campos. La música que la orquesta en vivo estaba tocando llegaba hasta ella como un eco apagado, como voces que contaban cuentos antiguos. Las melodías producidas por los violines ayudaban a sumergirla en un mundo que parecía existir detrás de un velo transparente. Caminó un poco más intentando no tropezar con las raíces que se ocultaban entre la vegetación húmeda. Los tacones no eran una buena opción para ese terreno. Menos lo era su atuendo y las delicadas capas de tela de su vestido rojo. No quería estropearlo con las espinas y las ramas de los arbustos que amenazaban con rasgarlo. Tenía que dárselo a Seren cuando la fiesta terminara.

Escuchó ruidos que indicaban movimiento en la cercanía y eso la puso en alerta. Pensó que podía ser algún búho escondido en alguna copa de árbol o alguna otra criatura nocturna, mas no podía ver a otro ser vivo cerca de ella. El estado de sopor que la envolvía como una capa se iba disipando a medida que se alejaba de la mansión Svensen. La música podía escucharse desde donde estaba como un recuerdo lejano, pero se volvía cada vez más clara. Su cabeza comenzó a despejarse y sentirse más liviana. Fue en ese momento que sus ojos captaron dos figuras hechas de sombras y murmullos moviéndose contra el tronco grueso de un árbol. Amara se ocultó tras un roble ancho y observó la escena. Había una pareja en la oscuridad. El hombre tenía apresada a la mujer contra el árbol y ella solo emitía ruiditos que se le escapaban de la garganta. Una mezcla de jadeos y risas traviesas. Hasta que Amara se dio cuenta de que el tipo era nada más ni nada menos que Viggo Svensen y ella no debía estar presenciando esa situación tan íntima y privada. No le correspondía husmear en la vida ajena. Sin embargo, había algo que la atraía, una curiosidad nueva y peligrosa. Los semidioses en sus novelas a menudo actuaban de esa forma cuando querían conquistar humanos. Decían palabras atractivas entre susurros y sabían en qué puntos posar los labios y la yema de los dedos para tenerlos bajo su poder. De repente Viggo subió la apuesta. Su boca se pegó al cuello de la mujer y su mano subió por su mulso desnudo. El vestido había sido levantado un poco. La mujer de cabellos sueltos y oscuros como el petróleo solo se limitó a mirar las copas de los árboles que se movían con la brisa nocturna como si estuviera hipnotizada. Los ojos de la muchacha se quedaron perdidos en la nada. La escritora no lograba entender lo que estaba presenciando. La espalda de Viggo cubría todo. Cuando intentó moverse, la copa de cristal que Amara llevaba en la mano se cayó y se estrelló contra el suelo, haciéndose añicos.

—¡Mierda! —exclamó Amara por lo bajo. Iban a descubrirla. Escapar de allí con esos tacones y vestido sería imposible. La cabeza todavía le daba vueltas. Recostó su espalda contra el roble y respiró hondo para calmar el latido descontrolado de su corazón. ¿Qué demonios había visto? No sabía si estaba borracha o demente.

—Vete de aquí. No vuelvas a la fiesta. Ya no te necesito. Has sido de mucha ayuda. Ve a tu casa directamente —dijo el hombre con voz ronca. Era la inconfundible voz de Viggo. Unos pasos se dejaron escuchar cerca de ella y pequeñas ramas quebrándose también. La muchacha de cabellos oscuros pasó junto a ella y ni siquiera la miró. Iba con una sonrisa en el rostro, mirando hacia adelante. Tenía los pies descalzos y un vestido azul desarreglado.

—Dios. Nunca te pedí nada en la vida. Ni siquiera el contrato de publicación. Pero este es el momento... —susurró la escritora y miró hacia el cielo estrellado que se recortaba entre las copas de los árboles. Algún dios tendría que oírla—. Sácame de aquí con vida.

Cerró los ojos y esperó que el hombre corpulento viniera a reprenderla por andar husmeando. Nuevos pasos se dejaron escuchar, pero no venían desde detrás de su espalda. Abrió los ojos y casi dio un grito cuando el rostro de Esteban se materializó frente a ella. El alma le volvió al cuerpo, pero un sudor frío le recorría la espalda.

Condena de sangre [Escarlata #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora