Capítulo 4

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Desde donde se encontraba Viggo pudo observar las grandes fogatas que se extendían por toda la aldea a lo largo de la costa. Se le antojaban como estrellas que habían caído del cielo para impactar contra el poblado. Podía ver la luz naranja tan cálida a través de la segunda fila de árboles que daba comienzo al bosque donde solía cazar la comida con la que se alimentarían durante un par de días. Las presas eran siempre liebres o ciervos pequeños que se alejaban de la manada en la inmensidad de los bosques nórdicos. Muchas veces no iba solo, sino que salía de caza con su hermano Finn. Él había nacido un año después y desde pequeño lo había seguido en sus aventuras. A veces podía ser un poco irritante, queriendo imitarlo en todo, pero con el tiempo, Viggo pensó que más que un hermano, él era un amigo. En algunas ocasiones, su hermana Seren, que era la más joven de los tres, también los acompañaba cuando la gran arboleda no se cubría de nieve por completo y era más fácil caminar. Ella detestaba el frío y en las temporadas frías cuando el sol se ocultaba tras un cielo gris constante, la nieve se amontonaba en cantidades y las botas de piel se hundían hasta lo más profundo, creando verdadera dificultad para avanzar por el terreno. Viggo era bueno con el arco y Finn con el cuchillo. Podía despellejar un animal pequeño en cuestión de minutos y algunas veces competía con otros muchachos de la aldea. Siempre resultaba vencedor.

El chico soltó las enormes liebres que había atrapado y estas cayeron al suelo con un sonido tosco. Los cadáveres lo observaron con ojos estáticos y oscuros, atrapando la luz proveniente de las fogatas. Los pensamientos se perdieron en el laberinto de su cabeza cuando prestó atención a la realidad y la vida que lo rodeaba. Hasta sus oídos llegaron gritos desesperados. Mujeres y niños corrían intentando alcanzar el bosque sin éxito. Sobre sus pechos se abrían flores de color carmesí antes de caer al suelo y manchar la nieve con su sangre. Flechas que silbaban surcando los aires los atravesaban de forma tan simple, como si fueran muñecos de paja. Los gruñidos de hombres fuertes peleando por sus vidas se sumaron a la trágica escena. Podía escuchar el sonido de las espadas de acero cuando chocaban entre ellas con violencia. La madera de los escudos redondos crujía ante la fuerza del enemigo que hacía tiempo ya les venía quitando territorio. Antes habían sido un pueblo poderoso y conquistado cada costa que visitaban en los grandes océanos con sus numerosas embarcaciones curvadas y adornadas. Pero un nuevo conquistador nació para arrebatarles el trono y la corona. Ahora solo vivían escondidos en esa región que más tarde, con el inevitable paso de los años, se llamaría Escandinavia. Sus hermanos vikingos cayeron ante la fuerza de esos soldados que hablaban otro idioma y se vestían con metal reluciente y capas de tela roja. El corazón de Viggo golpeaba contra su pecho como un lobo enjaulado lo hacía contra los barrotes de la jaula que lo mantenía prisionero. Su arco quedó en el suelo y lo quebró al pisar sobre él. Corrió hasta la aldea que olía a humo. Este se desplazaba como niebla y se elevaba en columnas hacia el inmenso cielo estrellado. Estaban incendiando sus casas. La trenza blanca de su largo cabello daba golpes en su espalda. Esquivó las peligrosas caricias de las hojas metálicas de las espadas y algunas flechas con sus puntas mortales para llegar hasta su residencia. Era la más grande de la aldea puesto que su padre era el líder del clan. Y allí estaba él, como un gigante de las montañas, un hombre robusto de rodillas en la entrada de su casa que ardía, devorada por las llamas que ya habían alcanzado hasta el techo. Sangre brotaba de su boca y tenía un ojo tan hinchado que estaba cerrado.

—¡Papá! —gritó el chico antes de darse cuenta de que Dhalia, su mamá, también estaba de rodillas en el suelo y que dos soldados tenían apresado a Finn que se movía como un perro rabioso intentando soltarse. Seren no oponía demasiada resistencia y solo podía llorar. Viggo se llenó de adrenalina y presintió que el final no podía ser bueno. Tenía experiencia en esas cosas y había visto demasiado como para esperar salir con vida de esa jugada del destino. Era lo que ellos mismos hacían con las aldeas que conquistaban. Les rezó a todos los dioses que conocía y sus plegarias fueron acarreadas por la brisa.

Tres soldados que salieron de la nada lo detuvieron y el líder de los contrincantes sonrió con malicia. La luz del fuego imprimía en su rostro de facciones marcadas un aire diabólico. El tipo que llevaba un casco de metal plateado en la cabeza y una pechera reluciente con escudo, tomó la trenza de su padre y la cortó con un simple movimiento de su espada antes de arrojarla en una de las tantas fogatas que ardían esa noche. Lo mismo iba a hacer con su madre. El hombre tomó el cabello de la mujer y con gran velocidad realizó otro movimiento que nada tenía que ver con cortar el cabello. Hundió su espada en la espalda de Dhalia y la hoja filosa la atravesó para aparecer por el pecho donde la sangre brotó con fuerza. Su padre hizo temblar el suelo con un rugido de dolor. Tal vez hasta el centro de la tierra escuchó su lamento.

—Quizá eso bastará para que entiendas, antiguo conquistador, que ustedes ya no tienen el poder y que tendrán que olvidarse de todos sus dioses paganos —dijo el nefasto hombre yendo y viniendo frente a Sven, su padre—. La corona caerá sobre la cabeza de un nuevo rey.

—¡No! ¡Eso nunca! Nuestros dioses nos acompañarán hasta el final. Así sea en la misma muerte —protestó el gigante subyugado. Su padre era un hombre que había viajado mucho y conocía el idioma de los enemigos. Los había estudiado demasiado y también había temido que ellos un día se alzaran con el poder. Le pareció sabio aprender su lengua.

—Entonces serás castigado. No vamos a matar a tus hijos. Sino que haremos algo mejor. Serán parte de nuestro ejército, nuestro pueblo. Por sus venas no correrá la sangre de dioses paganos, sino que creerán en nuestro Dios. El único y verdadero —comentó el tipo levantando un lado de su boca con una sonrisa maliciosa—. Pero antes...

Una mujer de vestido oscuro y largo que se arrastraba con una cola por el piso y con el cabello tan rojo como la sangre, caminó entre los soldados que abrieron paso como si ella fuera una reina. Su vestimenta estaba hecha por cientos de aros metálicos, como las mallas que usaban los soldados.

—Davina los mejorará. Existe una razón para que ahora seamos los mejores y hayamos podido vencer a los famosos vikingos.

En un segundo la mujer se volvió borrosa. Viggo creyó que eran las lágrimas que quemaban sus ojos produciendo efectos visuales, pero en un segundo la maldita mujer estuvo de pie detrás de Seren. Con una mano torció su cabeza a un lado y rasgó su vestido gris y delantal de lana, exponiendo esa parte de piel que se extendía entre el hombro y el cuello. Dos colmillos blancos descendieron de la parte superior de la boca de la mujer y los hundió en la carne de su hermana. Viggo dio un grito que se sumó al alarido de Seren. La chica cayó al suelo como un copo de nieve y comenzó a convulsionar. En una fracción de segundo Davina hizo lo mismo con Finn y al instante su bonito rostro blanco y sus ojos azules tan particulares ocupaban su campo de visión. La mujer ya estaba frente a él con labios rojos manchados de sangre como si hubiera comido las fresas más maduras. El muchacho no tuvo tiempo de pensar, solo de sentir. Los dientes de Davina se clavaron en su cuello y fuego líquido comenzó a recorrer sus venas. Él se desplomó sobre el fango. La nieve derretida lograba volver la tierra un chiquero para cerdos en el invierno.

Su mente se fue a un lugar distante y muy lejano. Solo pudo escuchar al tipo burlarse de su padre por el destino que sus hijos tendrían y una flor roja abrió sus pétalos carmesíes en el centro del pecho de Sven. Lo habían asesinado como habían matado a los tres hermanos. Porque si bien seguirían con vida en los siglos por venir, algo había muerto en esa aldea fría de Escandinavia esa noche. Sin embargo, con esa trágica muerte, una sed extraña había nacido. Estaban condenados.


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Condena de sangre [Escarlata #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora