Amara regresó a su cabaña en un taxi a pesar de la insistencia de Esteban de acompañarla y aprovechar para dar una caminata nocturna. La muchacha no era fanática de caminar por la noche en una zona que todavía no conocía demasiado con un amigo que se había pasado con la cerveza y había tenido una experiencia complicada el día anterior. Estaba segura de que el chico le daría más trabajo en ese estado. Luego de pasar la tarde con él y ayudarle a vender algunas prendas en su tienda, se fueron a cenar a un pintoresco bar junto al río que tenía como único menú hamburguesas con papas fritas y cerveza para acompañar. Ella no pudo quejarse de la escasa variedad. Amaba las hamburguesas con papas doradas alrededor.
Luego de cerrar la puerta del auto con un golpe y escuchar cómo este se marchaba, se detuvo a observar su bonita cabaña. La fachada era moderna y eso le agradaba. A la izquierda estaba la parte central de la residencia que tenía forma de pirámide con un cristal que cubría el gran triángulo y permitía observar su escritorio, la sala de estar y la cocina. Adherida a esa estructura había luego un cuadrado de madera oscura donde se encontraba su habitación, un pequeño cuarto para invitados y el baño. Las luces del interior y del pequeño porche estaban encendidas. Tal vez con la tormenta de la noche anterior y el regreso de la electricidad se había olvidado de apagarlas. Cerró con llave la puerta principal y también la puerta de vidrio corrediza que conducía al patio. El silencio era estremecedor a esa hora y cuando le pareció que todo estaba en orden, se acercó a su laptop para poner algo de música. Eso siempre la hacía sentir acompañada. Llenó la tetera con agua porque había decidido beber un té digestivo de hierbas y mientras tanto se dedicó a observar su celular. No tenía ningún mensaje de texto. Ni siquiera de su amiga que tanto le había recomendado irse a vivir a Aguas Negras. Sus padres tenían edad avanzada y si ella no los llamaba, rara vez recibía un llamado por parte de ellos. Las únicas notificaciones que se veían en la barra superior eran las de su cuenta de Instagram. Hacía dos días había publicado una bonita foto de su escritorio. Había puesto unas flores silvestres de color amarillo y largo tallo verde en un jarrón de cristal. La ventana triangular permitía una hermosa vista de los pinos en el fondo. Con eso anunció que estaba escribiendo un nuevo libro de la saga de semidioses. En ese momento sus lectores eran su familia. Ya reconocía a varios de ellos en los comentarios, pero se obligaba a no responder. Eran miles de personas dejando texto en su foto y siempre alguno se ofendía por no tener respuesta de su escritora favorita. Muchas veces se sentía bastante sola. Sus padres no participaban de su vida y era hija única. Había intentado tener novio en pocas ocasiones y siempre le había ido mal. Algún trauma tendría que resolver porque no podía ser que siempre eligiera a los tipos equivocados y sabiendo que lo eran, aceptara migajas cuando ella daba demasiado. El sonido del agua hirviendo la sacó de sus pensamientos de víctima. Odiaba hacerse eso. Así que agradeció la distracción. Puso un saco de té en su taza vieja que tenía una imagen de la película de Los juegos del hambre y vertió el agua caliente en ella. Se sentó en su silla frente a la laptop y por un segundo creyó ver algo moviéndose entre los árboles. El corazón le dio un salto en el pecho.
—¡Mierda! ¡Qué susto! Debe haber sido una maldita lechuza —comentó en voz alta. No era que odiara a esos bellos animales, pero se había asustado. También había notado que al vivir sola la mayor parte del tiempo, comenzaba a hablar consigo misma y responderse sus propias preguntas. Bebiendo té releyó las pocas páginas que había escrito y consideró que tenía un buen capítulo de apertura, pero necesitaba mucho trabajo y ella era de las que esperaba a volcar toda la idea antes de volver a revisar un capítulo ya escrito. Cerró la laptop y al moverse tan bruscamente arrojó la taza de té al suelo. Por suerte estaba vacía. Se agachó para tomarla y detrás del cristal aparecieron dos piernas. Había una muchacha con cabello blanco y ojos claros mirándola con interés fuera de la cabaña.
—¡Joder! ¿Quién demonios eres? ¡Casi me matas del susto! —gritó con rabia para que la chica la oyera. Al observar su cabello recordó a los Svensen y lo que Esteban había dicho acerca de que eran prácticamente los dueños de la pequeña isla. Ella estaba habitando una de sus residencias. La muchacha de cabellos blancos levantó sus manos, enseñándole sus palmas.
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Condena de sangre [Escarlata #1]
ParanormalAmara Iglesias se muda a una pintoresca cabaña en Aguas Negras para escribir su libro nuevo; una isla sobre un lago donde viven los misteriosos hermanos Svensen. Un extraño herido en una noche de tormenta caerá junto a la puerta de la escritora y le...