Capítulo 22

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Con las manos aferradas en la cintura, Viggo no dejó de pasearse por el patio trasero de la mansión. Esperaba el llamado de Seren con impaciencia. Estaban metidos en un asunto complicado que nada tenía que ver con dinero, propiedades o empresas. Debían estar atentos a una amenaza antigua que podía causarles problemas. Cuando sintió que no era útil formar un sendero sobre el césped con sus pies, se sentó en un sillón de madera y observó el bosque con sus altos pinos verdes. Estos parecían pinceles coloreando el lienzo azul sin nubes. Cuervos tan negros como el petróleo sobrevolaban la gran arboleda imitando pequeños aviones. Luego de que Amara se fuera de su casa, salió al bosque con el propósito de cazar para gastar energías viejas y beber nuevas. Un pobre ciervo joven que se había apartado de su madre fue su presa. No había tantas personas en Aguas Negras y por esa razón, muchas veces se veían obligados a alimentarse de animales. El problema era que su sangre no les satisfacía y tenían que vaciar a la criatura por completo para notar cambios en su sistema. Los animales no corrían con la suerte de los humanos que podían vivir incluso después de una mordida y sin siquiera recordarlo. Pero era imposible alimentarse tan seguido de las mismas personas sin causarles daño.

Sentado en el sillón, sintiendo la brisa besar sus brazos, Viggo pensó en la escritora. Sus ojos oscuros aparecieron en su mente y su cabello negro salvaje también. Había apreciado su manera de contarle algunas cosas acerca del arte de escribir. Eran pequeños detalles que a otros les parecerían irrelevantes, mas él los valoraba. Esa mirada tan decidida que tenía le recordaba demasiado a Evanna. Fue allí que se dio cuenta de que la mujer que había amado hacía tantos años, se había desvanecido de su mente. Apenas él se sintió flechado por Amara hubo un quiebre, una grieta en el espejo que le mostraba el pasado. Podía recordar todo lo que había vivido con su gran amor décadas atrás, pero ya no le dolía como antes. Pensó que era hora de que eso sucediera. La cuestión era que una nueva mujer se le había metido en la cabeza. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no ir a buscar a la muchacha en su cabaña. Tenía que esperar hasta la noche, como ella había dicho. Esa jodida maldición hacía que actuara en contra de su voluntad. ¿Por qué había aceptado visitarla a contarle su historia? ¡Se tendría que haber negado! ¿Qué demonios era lo que hacía que algunos tipos de sangre volvieran a los vampiros unos completos idiotas? Ni siquiera lo tenía al tonto de Finn para descargarse con una buena pelea o a Seren para hacer una carrera alrededor de la isla.

—¡Esto es más molesto que una estaca! —exclamó poniéndose de pie. Recordó que en su habitación tenía el libro de Amara Iglesias. Estaba escondido en el cajón de su mesa de luz. Lo había conseguido luego de acordar con ella esa noche en el bosque que sus caminos no volverían a cruzarse. A veces el destino usaba sus manos traviesas y jugaba sucio. Soltó una risa ante ese pensamiento y se metió en la mansión. Debería esperar que el cielo se volviera oscuro para visitar a la muchacha. Se odió por no tener el poder de hacer que el tiempo pasara con más prisa para poder verla. Las palabras de Finn resonaron en su mente. Estaba jodido.


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Condena de sangre [Escarlata #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora