Decenas de copos de nieve flotaban en la brisa como semillas de dientes de león sobre los campos en verano. El humo, que con su olor penetrante invadía sus fosas nasales, se movía por sobre los suelos como niebla espesa. La noche estaba oscura y el cielo era un manto negro sobre su cabeza y las copas de los árboles. La luz de las fogatas detrás de sus párpados la trajo a la realidad, entibiándole la piel. Era mucho fuego junto en un solo lugar. Podía oír gritos y gente hablando en un idioma que no comprendía. Parecía antiguo y complicado de pronunciar. Sin embargo, era bello a la vez. Sonaba como conjuros susurrados al viento por brujas sobre acantilados. Amara abrazó su propia cintura porque hacía frío. Era tan penetrante que parecía meterse dentro de sus huesos para hacerla temblar. Se hallaba detrás de unos arbustos altos y espinosos junto a unos árboles que precedían un inmenso bosque a sus espaldas. Más adelante había una aldea y las personas se movían por todos lados con prisa. Eran soldados con pecheras de plata y cascos que atrapaban el brillo de las fogatas para hacerlos relucir. Tenían a un hombre robusto sujetado entre varios. Estaba de rodillas en el suelo fangoso. Él tenía el cabello largo y gris y gruñía como una criatura salvaje que había sido enjaulada en contra de su voluntad. El mar de soldados se partió en dos. Una mujer de larga cabellera roja como el sol poniente caminó por el pasillo que los hombres habían formado para ella. Su vestido largo parecía pesado y metálico, hecho de cientos de anillos de plata como la malla que protegía a los soldados de las filosas heridas. Cuando se giró con una sonrisa malvada en su rostro, Amara vio sus ojos celestes y fue capaz de sentir como estos atravesaban las capas de piel y la carne para penetrar hasta su alma. Se quedó sin aire y fue allí que con un sobresalto se despertó para darse cuenta de que había tenido una pesadilla. Era normal que luego de eventos dramáticos su mente creara escenas alocadas.
Debajo de la cabeza podía sentir la suavidad de una mullida almohada. Abrió los ojos despacio, parpadeando varias veces para notar un cielo raso pintado de color gris perla sobre ella. La cama consistía en un colchón mullido que se encontraba en altura. Había que subir tres escalones para llegar a ella. Lo notó al torcer la cabeza hacia un costado.
—¿Dónde demonios estoy? —preguntó en voz alta e intentó ayudarse con los codos para tratar de sentarse. La cabeza le dio vueltas y cerró los ojos, volviendo a recostarse para recomponerse. La luz era tenue en la habitación, pero no tenía ni la más mínima idea de qué momento del día podía ser. Solo estaba segura de que esa no era su recámara y mucho menos la cabaña.
—No te muevas con brusquedad o vas a marearte —dijo una voz rasposa. Amara abrió los ojos otra vez y los dirigió hacia uno de los rincones de la habitación. Había un sillón azul de patas retorcidas y allí estaba Viggo sentado, observándola con ojos grises que todo lo analizaban. Su torso estaba desnudo y podía notar las líneas que se marcaban en su estómago gracias al juego de la luz solar que ingresaba por una ventana rectangular alargada. Él solo llevaba puestos unos jeans y sus pies se encontraban descalzos. Su cabello blanco no estaba ajustado detrás de su cabeza, caía sobre sus hombros como cortinas. En ese momento el terror comenzó a trepar por la punta de sus dedos hasta llegar a su cabeza.
—¿Qué hago aquí? ¿Qué me hiciste? ¿Por qué estás desnudo? —preguntó, dándose cuenta de que su garganta estaba seca. Su corazón palpitaba con fuerza contra su pecho. Las ideas más siniestras se hicieron presentes, como era costumbre.
—Te salvé de la muerte y no estoy desnudo, estoy cómodo. Pasé toda la noche cuidándote y muerto de calor. Lamento no verme más presentable, Amara.
—¿Por qué tuviste que cuidarme? No entiendo nada —dijo encontrando la fuerza para sentarse. Sintió como su cabello volaba con la brisa y en un segundo Viggo estaba junto a la cama. El hombre se estiró sobre ella para acomodar las almohadas detrás de su espalda. Su brazo y su torso estaban a centímetros de su rostro. Amara se llenó de su aroma masculino y notó como su estómago terminaba en una V que desaparecía bajo el borde de sus pantalones. Él se sentó con cuidado en la cama y la observó de manera fija.
ESTÁS LEYENDO
Condena de sangre [Escarlata #1]
ParanormalAmara Iglesias se muda a una pintoresca cabaña en Aguas Negras para escribir su libro nuevo; una isla sobre un lago donde viven los misteriosos hermanos Svensen. Un extraño herido en una noche de tormenta caerá junto a la puerta de la escritora y le...