Capítulo 25

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Amara escuchó ruidos en la cocina y sin dudarlo se sentó en la cama presa de un gran sobresalto. Miró alrededor con desconcierto. Su sueño había sido tan profundo que despertó sin noción de dónde estaba. Luego de mirar alrededor por un momento, sabía que se encontraba en su habitación y que aún era de noche. No podía saber cuántas horas había dormido, pero el sol no se presentaría todavía. ¡Ruido otra vez! Alguien había movido la silla que estaba junto al escritorio donde escribía. Sus ojos buscaron con desesperación en la penumbra, mas no podían hallar algún objeto que utilizar como arma para defenderse. A su mente vino el nombre de Davina y un rostro inventado por la imaginación más los retazos que recordaba de ese sueño que había tenido en la casa de los Svensen. Sintió que el corazón había dado un salto extraño y fuera de lugar en su pecho. Fue peor cuando escuchó pasos por el corredor. Como si fuera una niña pequeña llevó la sábana hasta por sobre la nariz sin cubrir los ojos para ver quién se estaba acercando. Una mano de hombre empujó la puerta de su habitación que estaba entreabierta. Era Viggo. Vestía solo unos jeans azules ajustados y su torso desnudo se veía plateado gracias a la luz de la luna que se colaba por la ventana del cuarto. ¡Qué tonta! Davina no tenía invitación para entrar así que era imposible que estuviera en su cabaña.

—¡Dios! ¡Eres tú! ¡Casi me matas del susto! No pensé que merodear por la cabaña significaba estar dentro de ella —protestó la chica y salió de la cama sin importarle que sus pijamas consistían únicamente en una gran camiseta azul. No tenía ropa interior debajo porque le parecía más cómodo dormir de esa manera. El borde de la prenda llegaba hasta por encima de los muslos. Estaba tan alterada que no le molestó mostrar sus piernas y estar expuesta ante Viggo—. Pensé que Davina había venido a dejarme vacía de sangre.

—No es ella la que lo hará. ¡Yo beberé tu sangre! —dijo él esbozando una sonrisa maliciosa. Se convirtió en una mancha oscura y pronto lo tuvo junto a ella. Su piel parecía un carbón encendido. Irradiaba tanto calor que parecía que iba a quemarle la piel. Al contrario de lo que la mayoría pensaba, Amara creyó que los vampiros no eran fríos al tacto, eran tibios y a veces calientes. ¡Era lógico! Con tanta sangre propia y ajena circulando por sus cuerpos, sus pieles se volvían hogueras.

Dos colmillos blancos, puntiagudos como espinas y filosos como garras descendieron de la parte superior de la boca de Viggo y al instante se clavaron en su cuello. Amara chilló de dolor al sentir como esos dientes malditos se incrustaban en su piel y perforaban sus arterias. Su mundo se volvió negro y justo allí se despertó pateando las sábanas y dando un grito.

—¡Mierda! ¡Jodida pesadilla! —protestó con un suspiro hondo e intentó calmar su corazón por un buen rato mientras se masajeaba el cuello con la mano. Podía sentir dolor sobre su piel a pesar de que todo había sido un sueño. La luz dorada del sol de la mañana ingresaba por la ventana en columnas de luz donde las motas de polvo flotaban como hadas.

Cuando la sensación de sobresalto y miedo abandonaron su cuerpo, Amara le envió un mensaje a Esteban mientras esperaba que la cafetera hiciera su trabajo y ella masticaba una barra nutritiva de avena y semillas junto a la encimera. Todavía no se había puesto ropa y seguía con su gran camiseta de dormir.

Amara: Tenemos que hablar, amigo. Al mediodía visitaré tu tienda.

Esteban (después de cuatro minutos): Imposible. No estoy en la ciudad. Quizá más tarde. Te avisaré cuando regrese.

Amara: Tal vez es mejor que estés lejos. Creo que Aguas Negras no es seguro en este momento.

Esteban: Eso no me importa. Tengo dos guardaespaldas tan sensuales que te mueres.

Amara: ¿De qué estás hablando? Recién despierto. Mis neuronas no logran conectar todavía.

Esteban: Finn y Viggo. Estoy con ellos ahora en un viaje a no sé dónde. No son de hablar mucho.

Amara: ¿¿¿Es broma???

Esteban: No. Finn está todo paranoico con una amenaza que surgió de repente. Davina o algo así. No sé qué es una Davina o quién es.

Amara: Por eso justamente te llamaba. No me gusta nada esto.

Esteban: A mí sí me gusta la aventura. Y si no te apuras con Viggo tal vez yo cumpla una fantasía. Jaja.

Amara: Hazlo tranquilo. No me interesa. Diría cuídate, pero Finn no va a dejarte solo ni un segundo. Apenas llegues a tu casa me avisas. ¿OK?

Esteban: ¡Sí, mamá! Veré qué información saco de aquí. Bye.

Amara tomó la taza de café entre sus manos y caminó hasta el ventanal para beber la infusión caliente mientras contemplaba los pinos del bosque moverse en un suave vaivén acariciados por la brisa matutina. ¿Cuándo se había convertido su vida en el argumento de una de sus novelas paranormales? Tal vez estaba bien vivir esas aventuras en la mente o que los personajes las soportaran, pero no era tan agradable experimentarlo en la vida real. Los nervios estaban comenzando a apoderarse de ella y no quería volverse paranoica ante cualquier sombra que se moviera entre los árboles del bosque. Algo se le ocurrió mientras veía la gran arboleda. Si Viggo y Finn no estaban en la mansión, Seren seguramente estaba allí. Pretendería no saber todo lo que Esteban le acababa de contar y con el pretexto de regresar la chaqueta de Viggo, intentaría buscar más información acerca del asunto. Lo haría, aunque en el camino hacia la gran casa la interceptara una vampiro desquiciada o la misma Seren tuviera hambre. Se armó de la valentía con la que dotaba a sus personajes, se puso ropa cómoda y zapatillas deportivas por si debía salir corriendo, aunque no tuviera chance de ganar contra un vampiro. Aferrada a la chaqueta de cuero negro de Viggo Svensen como si fuera un amuleto protector, abandonó la seguridad de su cabaña y se internó en el espeso bosque.


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Condena de sangre [Escarlata #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora