Capítulo 5

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Hola, maldita. Pensé que habías muerto.- fue lo primero que dijo Ruslana al verme.- Pero luego recordé que "hierba mala nunca muere" y me tranquilicé al instante.- Paul, a su lado, golpeó su brazo.

-Cállate, que ayer estuviste todo el día como loca preguntando por ella.- la regañó el, haciendo que ella chasqueara la lengua. Me reí, abriendo mi brazos para que se acerquen. Ellos lo hicieron al instante, uno a cada lado de la camilla.

-Yo también me alegro de veros, chicos.

-Bueno, basta de cursiladas, me dan asco.- dijo Ruslana, separándose, como siempre. A veces me parecía increíble que tuviera novio.

-Así que... ¿un mes de vacaciones? ¿Qué tal eso?- dijo Paul, con una sonrisa traviesa.- Ya quisiera yo salvarme de clases.

-Oh, créeme, no quisieras estar en mi lugar.- ellos rieron, y luego me contaron que había pasado en la universidad.

Estuvimos hablando un rato hasta que la puerta se abrió bruscamente y de allí entro una muy apurada Violeta.

-¿Chiara? ¿Todo está bien?- preguntó, quitando a Ruslana de su lado de la camilla y tocándome la cabeza, preocupada.- ¿Por qué apretaste el botón?- me preguntó, confundida al notar que yo parecía estar en buen estado.

-¿Qué? Yo no lo he apretado.- dije, mirando a mis amigos en busca del culpable. Ninguno parecía sospechoso, pero no debía fiarme.- ¿Paul?

-Inocente. Ni siquiera sé de qué estáis hablando.- se defendió él. Miré seguidamente a mi amiga.

-¿Ruslana?

-Vale, lo siento. No sabía que era, fue un accidente.- dijo, mostrándose ahora culpable. Violeta la fulminó con la mirada, muy enfadada. Noté que aún mantenía una mano en mi mejilla. Ella también pareció notarlo ya que la quitó al instante. Yo me sonrojé.

Está bien. Intentad no volver a presionarlo, salvo que sea una emergencia. Tú- dijo señalándome.- ¿has tomado las pastillas del mediodía?- yo asentí, y ella me sonrió. Le sonreí de vuelta. Estaba por abrir la boca cuando ella se me adelantó.- Volveré en una hora. Pórtate bien.- me avisó, guiñándome el ojo. Amaba cuando hacía eso. Dio un saludo general, y tan rápido como apareció, se fue.

-Wow, eso fue intenso.- dijo Paul.- Tu doctora es un bombón, debo admitirlo. No me molestaría para nada estar en tu lugar.

-Lo sé.- le contesté.- ¿Has visto su cara? Creo que me he enamorado de ella.- comenté, en broma. Él rió.

-Yo creo que me lo he hecho encima cuando me ha fulminado. Sí que es intimidante.- comentó ahora Ruslana, que no había dicho nada hasta el momento.

-Eso te pasa por meter la mano donde no te llaman, guapa.- ella rodó los ojos. Paul, a mi lado, hizo un sonido de afirmación.

-Oh, por cierto. Te traje tu cuaderno, que lo encontré en mi cuarto hace unos días.- dijo Paul abriendo su mochila y sacando de allí un cuaderno verde. Mis ojos se iluminaron.

-Pensé que lo había perdido. Gracias, gracias.- dije, muy emocionada intentando alcanzar el cuaderno pero quejándome al instante por el movimiento.

-Y también te compramos unas bolis nuevos, porque no sabíamos que regalarte para tu cumpleaños.- añadió Ruslana, sonriendo dulcemente. Paul al fin me alcanzó el cuaderno, junto con los bolis. Yo abrí los brazos, y ellos volvieron a abrazarme. Me quejé un poquito, pero no me soltaron.- Me alegro tanto de que estés bien, Kiks .- yo asentí. Pocas veces Ruslana decía lo que sentía, y lo mejor era disfrutarlo en silencio.

-Os quiero, chicos. Muchas gracias.

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Los chicos se fueron una hora después, haciendo que mi madre entre en la habitación. Le pedí que me acercara la mesa móvil y me puse a dibujar en mi cuaderno. Ella hizo unas cuantas preguntas, me avisó que me compraría un móvil nuevo, y se acostó en el sillón que había allí, comentándome que había dormido muy mal anoche. Yo hice silencio, dejándola descansar.

Dibujé varios bocetos de ojos, teniendo en claro que quería lograr, ninguno convenciéndome. Cerré el cuaderno frustrada, e intenté dormir. Tenía la necesidad de saber la hora, pero no quería despertar a mi mamá. Tenía hambre y estaba incómoda.

Luego de lo que parecieron horas, la puerta se abrió, y una muy sonriente Violeta entró.

Hice un gesto de silencio señalando a mi mamá, y ella asintió. En susurros, dijo:

-¿Como has estado?- y me inspeccionó. Yo me quedé muy quieta.

-Genial, solo tengo hambre, y quisiera cambiar de posición. Pero cada vez que lo intento, duele mucho.- le contesté, también en susurros, mirando mi cuerpo. Ella sonrió triste.

-Puedo administrarte un calmante, si quieres. Así podrás dormir bien. ¿Y esto?- preguntó, señalando la bolsa vacía. Yo me sonrojé, y dejé de mirar sus ojos.- Chiara, tienes que hacerlo.

-Lo sé. Esta noche.- le contesté, aún sin mirarla.

-Vale, como tú quieras. He venido para bañarte, pero algo me dice que tampoco querrás eso.- yo negué desesperadamente. Ella río.- Puede hacerlo tu madre, si eso es lo que quieres, pero yo tengo que estar presente, cuidando la cánula que conecta la bolsa.

-¿No puedes cuidarla desde afuera?- le pregunté, totalmente avergonzada. Ella negó.

-No, lo siento. Si la cánula se quita, o se mueve en lo más mínimo, te dolerá muchísimo. Es por tu bien. Incluso debería ser yo quien te bañe, para más cuidado.- dijo, haciendo una mueca rara.- Si noto algo peligroso la primera vez, seré yo quien te bañe las próximas.

Yo asentí, resignada a pasar vergüenza. Casi me había acostumbrado.

Como sea. ¿Puede ser más tarde? Te llamaré cuando mi madre se despierte.- ella asintió.

-Mi turno termina a las 8, pero normalmente estoy aquí hasta las 9. Intenta que sea antes de esa hora, por favor.- me dijo.

-Pero no tengo reloj, ¿como quieres que sepa a que hora despertarla?- ella rodó los ojos.

-Vale, me has convencido. Mañana te traeré un reloj. Tómalo como regalo.- dijo, mientras se sacaba el que tenía puesto. Tomó mi mano y lo dejó ahí. Yo la acaricie suavemente, sin dejarla ir.- Cuando me llames, toca el botón dos veces, y así sabré que no es nada grave. No sabes el susto que me di hoy cuando tu amiga lo pulsó.- dijo ella, devolviéndome una pequeña caricia sobre la mano que me encantó.

-Lo siento mucho. Bueno, en realidad no tanto, ya que te pude ver.- le dije, volviendo a susurrar. Ya no sé en que momento habíamos dejado de hacerlo. Ella quitó su sonrisa, pero siguió acariciándome.

-Debes dejar de decir esas cosas.- me advirtió.

-¿Por qué?- me defendí yo, un poco a la defensiva.

-Porque no está bien- dijo, soltándome. La extrañé al segundo. Ella se alejó rápido, sin dejarme contestarle.- Volveré.- me avisó, aunque yo ya lo sabía.

Tras tus ojos (kivi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora