ㅤ ₍ 35 ₎ Incoherencias ?ˀ

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— Voy a morir.

— No vas a morir Max, solamente tienes fiebre.

— Voy a morir de fiebre, aparte aún tengo frío.

Sergio suspiró con notable enfado. Había pasado los últimos treinta minutos tratando de convencer al neerlandés de tomar algún medicamento pero él se rehusaba por más mal que se sintiera. Pocos minutos después de que Max se sumergiera profundamente entre las sábanas del mexicano, su madre, Marilú entró para dejarles dos tazas con bebidas calientes a los jóvenes. La mujer pensaba en quedarse y hablar con ellos, tratar de hacerles soltar la verdad del porque habían terminado así, pero la situación tan acaramelada en la que los encontró hizo sus ganas de estar ahí esfumarse.

Los adolescentes bebieron el líquido que Marilú les había dejado, después volvieron a la pose en la que estaban anteriormente, Sergio sentado y recargado de espalda en la cabecera y Max envuelto en tres sábanas y una cobija entre sus piernas. El pecoso repartía suaves caricias sobre la frente de Max, la despejaba de los pequeños cabellos que caían, las puntas de sus dedos masajeaba de vez en cuando la sien, aún sentía la temperatura elevada de su cuerpo.

— Tengo mucho frío.

— Yo tengo calor.

— Siempre me llevas la contraria. – se quejó.

Max había comenzado a comportarse más irritable y sensible, se molestaba por la más mínima broma que Sergio le jugara, quizás es por la fiebre, pensó Sergio.

— Hombre, vas a morir de fiebre sí no tomas medicamentos.

— ¿Vas a darme un beso después? Es mi única condición.

Vaya que la fiebre lo afecta demasiado.

— Si.

— Entonces dame esa asquerosa pastilla antes de que cambie de opinión. – dijo mientras se removía en su lugar una vez más.

Entonces Sergio abrió el pequeño cajón del buró pegado a su cama. Tomó a ciegas una pequeña cartera de pastillas, sabía perfectamente que eran para la misma fiebre, las guardaba ahí ya que solía sufrir pequeños episodios de gripe que incluían fiebre y un tortuoso dolor de cabeza muy seguido. La entregó en mano al rubio, tomó una pequeña botella de agua que curiosamente también guardaba en su cajón, la entregó a la par y casi lo obligó a levantarse para así poder tomar adecuadamente la pastilla.

Max contó mentalmente hasta tres para tomar la pastilla, a sus poderosos dieciséis, casi diecisiete años aún le costaba tomar una sola pastilla. Lo hizo a duras penas, tosió un poco por la incómoda sensación de la tableta “rasgando” su garganta.

— Dame mi beso ahora. – casi exigió con un tono de voz casi rasposo.

— Vas a enfermarme también, deberías dormir un poco antes de irte.

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