ㅤ ₍ 36 ₎ Tiritas de frío ?ˀ

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Tan sólo pasaron un par de horas, Sergio había conciliado el sueño apenas unos minutos después de que un silencio algo abrumador inundara la habitación. Solamente se podían oír las pesadas respiraciones de ambos jóvenes. Ambos se habían sumergido en un intenso sueño, cómodo y realmente necesario para sus cuerpos cansados y debilitados.

El sol ya se había ocultado, la humedad en la calle había comenzado a desaparecer. Pronto las aves nocturnas comenzaron a ulular, una suave brisa se colaba por los marcos de la puerta y del gran ventanal de la habitación.

Casi por coincidencia, Sergio despertó de su sueño a la par que la puerta lisa de su habitación era abierta.

— Checo... – susurró en alto Marilú.

— ¿Mamá?

¿Cómo siguen? ¿Max está mejor?  – preguntó la mujer mientras se adentraba en la habitación a paso lento y suave.

Sergio con cuidado posó una de sus manos sobre la frente descubierta del neerlandés, para su suerte la fiebre había bajado aunque aún se mantenía ahí. — Aún tiene temperatura, pero es menos.

— ¿Va a quedarse a dormir? Es muy tarde para que se vaya, va a enfermarse más. –  comentó la señora mientras se acercaba al ventanal, lo cerró por completo al sentir el frío viento golpear sus brazos descubiertos.

No lo sé.

— Pregúntale, tontín. – rodó los ojos. – Prepararé algo especial para cenar, al menos bajen a comer algo. – entonces salió de la habitación cerrando la puerta detrás.

¿Max querría quedarse a dormir? Dudó, tal vez aún no se sentía lo suficientemente seguro para volver a estar por un largo rato en el mismo colchón siendo cien por ciento consiente. Llevó su mano al hombro izquierdo del rubio, lo sacudió un poco así logrando su objetivo de hacerlo despertar.

— Buenos días. – soltó con diversión.

— Buenos días mamá. – dijo tallando sus ojos perezosamente, su voz se escuchaba un tanto rasposa.

Sergio no pudo resistirse y comenzó a reírse, esto hizo que el otro joven hombre entrara en conciencia inmediata. Casi por inercia miró su propio cuerpo, el del otro chico y examinó casi con urgencia la habitación. Suspiró aliviado y volvió a removerse entre las sábanas que aún lo cubrían. Sonrió casi inconscientemente al volver a sentir las manos del mexicano sobre sus hombros de nuevo. 

— Hombre, debemos bajar a comer algo. – finalmente se alejó del cuerpo pálido de Max, se sentó cerca del borde de la cama y buscó ciegamente sus zapatillas cómodas con sus pies.

— No quiero.

Entonces Sergio suspiró con pesadez. Pensó que el terco y pesado Max habría desaparecido una vez que despertara pero estaba terriblemente equivocado.

— Aún me debes un beso.

— Antonio está en la habitación de al lado, ¿Aún quieres el beso? – giró lo que pudo su cuello para poder ver al rubio.

— Te perdonaré solamente ésta vez.

Max aún temia del hermano de Sergio, y de su padre también.

— Vayamos a cenar, mamá dijo que prepararía algo especial. – se levantó del colchón con obvia pereza, lo rodeó y tomó por ambas manos al rubio que comenzó a revolcarse en la cama con el objetivo de liberarse del agarre. Lo arrastró como pudo fuera de la habitación y lo hizo bajar a duras penas las escaleras.

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