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—No lo entiendo

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—No lo entiendo...—el castaño hacia movimientos extraños con sus dedos sobre aquel aparato desconocido, almenos para Chuuya.

—No importa Dazai, no creo que sea posible encontrarlo.

Hace unos momentos, ambos se encontraban charlando como acostumbraban, esta vez siendo Dazai el entrevistador de Chuuya. Preguntó cosas bastante específicas, la mayoría datos biológicos de su especie entre otras cosas. Logrando así llegar al tema actual, la habilidad de sanar de aquel tritón, al parecer nunca la había usado antes, antes de aquel día donde salvo la vida de un niño.

Chuuya relató que, a los pocos días de haber llegado a la costa de Alnés, mientras se encontraba explorando de a poco el terreno se cruzó con un humano, claro que para ese entonces Chuuya estaba aterrado de aquellos seres, siendo lo primero que hizo embullirse en el mar. Hasta allí parecía una historia corriente, al menos, lo más normal que podían serlo viniendo de aquella criatura mágica, pero a ese punto su voz pareció quebrarse con el simple recuerdo, alertando a Dazai quién jamás había visto a su amigo anfibio actuar así.

El pelirrojo se hundió en lo profundo del mar, escondiéndose debajo de la marea esperando que, su oscuridad pudiese cubrirlo de quien fuese que esté en la superficie. Quedándose quieto como si eso fuese a lograr pasar desapercibido, cosa que logró. En medio de la espera a estar a salvo de nuevo un fuerte estruendo se clavo en el agua, como si una fuerte roca hubiese sido arrojada al mar.

Fue tal el impacto que Chuuya no pudo ver nada más que burbujas blancas penetrandose frente a él para luego difuminarse en el profundo azul, dejando ver aquel objeto que había sido arrojado con tanto desprecio, siendo aquello mucho más que un simple material, que un residuo común.

Era un niño.

Parecía no de apenas un año, seguramente apenas y habría dejado de ser un bebé, lo más seguro es que siquiera supiese hablar. Pero allí estaba, hundiéndose en lo profundo frente a sus ojos. En su pequeña cintura tenía atado una soga con una gran roca, la que producía el peso causante de que el infante se hunda más y más rápido.

El pelirrojo sin saber exactamente como actuar, observo a la superficie como pudo, logrando ver aquella silueta oscura aún sobre la marea, y nadie podría llamarlo egoísta por querer esperar a que se vaya para sacar al niño a tierra firme. Su madre quizás exageraba todo el asunto de los humanos, pero si alguien fue capaz de arrojar un pequeño al mar, un niño humano, su destino seguramente no sería mejor.

Los segundos se clavaban en su mente y conciencia, solo pudiendo perseguir al niño quien se hundía, más no llevarlo arriba, no hasta que aquella sombra se fuese. Si lo rescataba ahora seguramente ambos terminarían mal, no solo no salvaría al niño, el mismo podría tener un destino igual de malo. De a poco, el pequeño humano dejó de soltar aire y aquellas burbujas que se elevaban desaparecieron, para volver a aquel mar misterioso y calmado.

El chico del rio | SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora