XIV

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Poe disfrutaba su rutina tal cual como era actualmente, claro que a veces extrañaba las rebosantes calles de América pero, la paz que tenía ahora mismo era inigualable. El plan de volverse un ermitaño aislado del mundo, comunicándose con su editor sólo por correos electrónicos sonaba cada vez más cerca de cumplirse. Cerca, claro está.

Su plan se hizo pedazos cuando un pelinegro comenzó a acechar su cabaña de forma curiosa, era cuestión de tiempo para que Poe saliese de su hogar a entablar charla. Las charlas en el bosque se movieron hacia el cálido interior de su hogar. Y más pronto que tarde encontró su hogar de manera más fuerte en ese extraño pelinegro, que en aquella estructura de roble. Encontró las calles ruidosas de su país natal en su personalidad tan energética, la paz de su hogar en sus brazos, y un frondoso bosque lluvioso en su mirada.

Los besos y caricias aparecieron sin ser llamados pero sin ser rechazados, y eso era todo lo que necesitaba por ahora.

Era en ocasiones como esta, donde escribía en su computador, con mantas en el regazo y la crujiente fogata que intentaba cubrir el sonido de lluvia, cuando podía apreciar aún más su vida. Ranpo tenía una presencia tan fuerte que podía sentirla incluso semanas luego de su ausencia, eso ayudaba a no sentirse solo ni asustado en aquellas tormentas. Al instante las memorias de su último encuentro con Ranpo llegaron a su cabeza, debe admitir que creer aquellas historias de sirenas fue difícil de creer al principio pero, como se esperaría de alguien que vive aislado en el bosque hace años. Aquella historia casi paranormal, al poco tiempo se torno una realidad creíble para el y, explicaría muchas cosas.

Casi como si fuese un llamado telepático, se escucharon varios golpes siendo azotados contra su puerta con fuerza. Pegó un brinco en su sitio y comenzó a temblar por el susto. Era muy improbable que alguien esté fuera de su hogar bajo tal diluvio, considerando además, que nadie lo visitaba más que Ranpo y, este mencionado odiaba mojarse o cualquier cosa que pudiese sentirse incómodo al tacto. Tener ropa mojada probablemente le produciría un ataque al corazón de la incomodidad.

Con un lápiz en la mano—que pretendía usar de arma blanca si la situación lo ameritaba—se acercaba tembloroso al visor de su puerta. Temblando cada vez que los golpes volvían a resonar.

Casi con miedo a ser visto posó su mirada en el pequeño visor para ver al intruso.

—¡Dios mio! —Dejo escapar el aire contenido y tiro el lápiz a quien sabe donde, para ocupar sus manos de forma desesperada en abrir la puerta. —¡¿Ranpo?! ¡¿Qué haces aquí?!

Atrajo con algo de brusquedad el cuerpo mojado del pelinegro hacia el interior. —Santo cielo... estas todo mojado- ¡Espérame aquí!

Sin escuchar una respuesta, aunque tampoco hubo alguna, se fue a pasos rápidos al baño. A los pocos segundos volvió al recibidor con la misma rapidez que con la que desapareció, esta vez con una toalla en sus manos.

El chico del rio | SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora