Las sirenas sonaban como criaturas provenientes de cuentos de hadas, y Osamu estaba muy alejado de ese tipo de fantasías, no creía en la magia ni en príncipes encantadores, por otro lado; Chuuya, no era capaz de ver el mundo sin un filtro de magia y...
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(el pasado desde el pov de Chuuya)
Entretenido por sus propios tarareos, Chuuya caminaba por la orilla del río. Desde que llegó a ese pequeño lugar, que adora deambular e investigar todo por su propia cuenta, aunque claro, jamás se animaba a hablar con ninguna persona—no sabe hasta cuando podrá contenerse—o almenos, ninguna adulta, llegó a hablar con niños pequeños, eso sí, aunque les recordaba a las pequeñas sirenas y tritones de su hogar.
En momentos como los de hoy, cuando el agua está calmada y refleja aquel cálido atardecer, recordaba su hogar, su familia y lo que dejó atrás. Su madre estaría dando el grito en el cielo si lo viese caminando tan cerca del agua frente a las personas, decirle cosas como que era un "descuidado" "despreocupado" "poco responsable", pero a Chuuya no parecía importarle. Su madre enrealidad, no estaba tan equivocada, si bien Chuuya era privilegiado al poder caminar con piernas sobre la tierra gracias a su sangre real, sólo bastaba con sumergirlas en el agua para que su cola de sirena salga a la vista.
Por supuesto, eso a el no le interesaba, confiaba lo suficiente en que no caería al agua y, de todas formas nadie le haría daño.
Actualmente, el descansa en el fondo del mar—bastante cerca de la orilla—permitiendole nadar libre bajo el agua y, cuando lo crea oportuno, salir a caminar o buscar flores, uno de sus paseos rutinarios era ir a cierto pueblo a probar alimentos de "persona", aunque todo lo que probó hasta ahora son dulces que otros niños le dan; Luego vuelve por el río, y siguiendo la costa rocosa, se sumerge en el océano junto al sol.
Amaba su vida, todos los días veía "piedras de colores", además, descubrió "peces de cuatro patas y pelo", lo cual lo mantenía bastante entretenido. Hoy iba a pasar por su lugar favorito, un sitio verde lleno de piedras de color amarillas, y llena de especies de todo tipo que vivían felices. Disfrutaba pasar por allí y darle alguna fruta o planta a esos seres increíbles, su suavidad era una que jamás conoció. No tenían escamas ni piel, todo en ellos era suave, como nubecitas saltando por un lugar lleno de colores.
De solo recordar la dicha que tenía de poder verlos de cerca y acariciarlos que, involuntariamente comenzó a tararear más alto, sus piernas danzaban aquella imaginaria canción sobre el césped, sus cabellos de cobre brillaban bajo la luna como hilos de alguna gema preciosa.
Las pequeñas risas comenzaron a unirse a su melodía al ver como las luciérnagas se alegraban por verlo y comenzaban a salir de sus hogares, las flores despertaban solo para disfrutar de su voz, lo que lo ánimo a seguir su canción.
Melodía que detuvo en seco cuando notó que, descansando sobre un viejo tronco había una persona. En otro momento seguro hubiese huido lejos de allí, pero vio la oportunidad de ver a una persona de cerca.