34. Bar Starry Night, 2010

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Después de tantas emociones, Arlene le dijo a su amigo que ahora sí quería divertirse, por lo que los chicos decidieron ocupar una nueva mesa en el piso superior del bar, justo a la salida de la terraza. Al inicio ambos estaban bebiendo más o menos a la misma velocidad, pero pronto la joven se dio cuenta de que Freddy ya no le estaba siguiendo el paso.

-Honey, ya vámonos- dijo el pelirrojo después de un rato-. Ya van a ser las dos de la mañana y recuerda que tenemos clase.

-Espérame- respondió la chica-. Sólo déjame ir al baño antes de que nos vayamos.

La chica se tambaleó rumbo a los sanitarios. Una vez ahí, decidió aprovechar que la música no estaba tan fuerte para hacerle una llamada a Peter. En verdad quería hablar con él. Sí, sabía que era ya bastante tarde, pero su novio a veces se desvelaba... Claro, se desvelaba mientras trabajaba en su estudio de fotografía o viendo alguna película de esas de arte que Arlene nunca entendía... Pero el perder la vista no significaba que no pudiera haberse conseguido un pasatiempo nuevo.

El teléfono timbró, pero nadie respondió al otro lado de la línea. Con un suspiro, Arlene puso el aparato encima del dispensador de papel y se dispuso a liberar su vejiga. Sin embargo, cuando hubo terminado y su mano se dirigía a recoger su celular, notó que el aparato estaba timbrando, y en la pantalla se podía leer que era Peter quien llamaba.

El corazón de la chica empezó a latir al mil por hora. Su bolso se resbaló de su mano y cayó al piso del baño. Algunas de las cosas se salieron y rodaron por todos lados, pero eso a Arlene no le importó—lo que hizo fue buscar como loca sus cigarros y su encendedor para poder encender uno a toda prisa, antes de que Peter le colgara.

Apoyada contra una de las paredes del cubículo, justo debajo de un letrero que ponía NO FUMAR, la joven respondió la llamada. Sentía que se iba a desvanecer de la emoción. A pesar de que ella se había tardado en contestar, Peter no había colgado y en vez de eso había esperado a que contestara. Eso sin duda era una buena señal...

-¡Mi amor!- fue lo primero que dijo la chica al llevarse el celular al oído, pero su entusiasmo se apagó al escuchar la voz femenina del otro lado del aparato.

-Arlene, soy Vera. Sólo llamé para decirte que dejes en paz a mi hijo. Él no quiere volver a saber de ti, ni hoy ni nunca. Y por favor, tampoco llames a estas horas; no seas una impertinente.

-¿Qué haces con el teléfono de Peter?- la chica gritó en la bocina, por toda respuesta. Del otro lado, el suspiro de Vera comunicó su fastidio.

-No sé si recuerdes, pero mi hijo ahora necesita ayuda con varias tareas. Anthea ya estaba dormida y yo le ayudé a Peter a subir las escaleras a su dormitorio, puesto que él se quedó despierto. Él quiere tener una vida normal, y yo quiero que tenga una vida sin preocupaciones, y tú no ayudas a eso. Entonces, por última vez, te ordeno que lo dejes en paz.

Arlene iba a protestar, pero Vera colgó. La chica intentó volver a llamar al número, pero inmediatamente entró el buzón. ¡La maldita de su suegra había apagado el celular! ¡Vieja zorra!

La furia inundó a la chica; empezó a gritar toda clase de insultos e improperios para Vera mientras recogía las cosas de su bolsa y las arrojaba dentro. Después salió del cubículo aventando la puerta e intentó arreglarse el maquillaje frente al espejo, pero era demasiado tarde; de nuevo estaba llorando a mares, y de nuevo el rímel y el delineador estaban dejando su sendero oscuro sobre sus mejillas.

-¡Maldita zorra estúpida! ¡Te odio! ¡TE ODIO!- los alaridos de Arlene inundaron el baño. Para colmo, los malditos focos empezaron a parpadear. La joven se cubrió los ojos. Esas malditas luces le daban mareos y jaquecas. ¿Qué acaso ningún estúpido negocio en Delia Harbor tenía dinero para comprar lámparas decentes?

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⏰ Última actualización: Apr 23 ⏰

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