11. Skyview Towers, 2010

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           Arlene abrió los ojos. Había logrado quedarse profundamente dormida. El reloj en su celular marcaba las cinco de la tarde. La única otra notificación era un mensaje de Freddy preguntando como estaba, porque mucha gente estaba diciendo que a ella se le habían cruzado algunas sustancias y que por eso se había ido de la fiesta.


           La chica se incorporó. Ahora sí tenía hambre. Tras cambiarse y ponerse unos cómodos pants (púrpuras) Juicy Couture, la joven hizo una llamada a su restaurante thai favorito y después se dirigió a su sala a esperar su pedido, el cual, le notificaron, se había vuelto la orden prioritaria del día. Ese restaurante sabía atender a una McLauren.


             Arlene se puso cómoda, con los pies descalzos arriba de su mullido sillón, y volvió a llamar a Peter, pero una vez más no obtuvo respuesta. La sensación familiar de fastidio y desasosiego la invadió. Mientras debatía sobre si levantarse e ir por los cigarros que había dejado en su cuarto, le llegó la notificación de un mensaje... el corazón de la chica empezó a latir a mil por hora. Era un mensaje del número de su novio.



Arlene: Peter está bien, pero no puede contestar a tus llamadas en este momento porque ni yo ni el doctor lo consideramos prudente para su estado de ánimo. Ahora mismo estamos por abordar un vuelo a Chicago. Visitaremos a mi hermano, quien evaluará la situación médica de Pete y dará una segunda opinión. Cuando tenga noticias YO me comunicaré contigo. Saludos. Vera.



           Arlene arrojó el celular a un lado suyo del sillón y empezó a gritar. Tenía ganas de arrancarse el cabello. ¡Era obvio que la perra de Vera se había llevado a Peter a Chicago para alejarlo de ella! 

 
           Las manos de la chica temblaban. A su maldita suegra le estaba saliendo todo bien. Siempre había querido destrozar su noviazgo... y ahora se había llevado a Peter lejos de ella en un momento crítico de su relación, en un momento en el que tenían que estar juntos para que Arlene cuidara a su amado y ambos pudieran demostrar la fortaleza de su amor. ¡Chicago! Obviamente, la joven sabía que podía tomar un avión, pero estaba segura de que Vera le armaría un escándalo tan pronto pusiera pie en esa ciudad. No podía hacer nada... Y eso era lo que desesperaba más a Arlene: no poder hacer nada.


           Presa de una furia ciega, Arlene empezó a gritar contra Vera todas las maldiciones e improperios que se sabía, como si su suegra pudiera escucharla. Los que probablemente podrían escucharla eran los vecinos, si es que estaban; pero igualmente no podrían hacer nada, por lo que Arlene podría gritar hasta que le doliera la garganta. Y efectivamente, la chica sólo detuvo sus alaridos para tomar aire y descargar su agresión contra un adornito de Swarowski en forma de piña que reposaba encima de una repisa. La joven arrojó la figurita al suelo; ésta se hizo pedazos. A Arlene no le importó y se dirigió a su cuarto por una cajetilla de cigarros nueva. Sus pies descalzos pasaron por encima de los fragmentos de cristal, pero a la chica no pareció importarle. El ardor de sus pies no era nada a comparación con el dolor de su corazón.


           Un rastro de gotitas de sangre y de los ríos de lágrimas que escurrían por las mejillas de Arlene se formó por todo el piso de madera hasta el cuarto de la joven, y luego de vuelta, pero ahora acompañado de ceniza. La heredera McLauren fumaba a grandes bocanadas mientras pensaba en que Peter y ella nunca habían pasado 24 horas completas sin hablarse, ni siquiera cuando peleaban. Seguían discutiendo y gritándose, quizá todo el día, pero nunca habían estado incomunicados. Ahora, probablemente podrían pasar no sólo horas, sino días, en el peor de los casos semanas, sin que ella hablara con Peter. No... ¡NO! Arlene básicamente se inhaló el cigarro. Si no hablaba con su novio iba a volverse loca. Y esperar, simplemente esperar... ¡NO! Menos. Esperar era lo más idiota del mundo. Afortunadamente, ella no había tenido que esperar demasiado tiempo por nada en su vida; por ejemplo, su orden de comida thai que automáticamente se había vuelto prioridad. ¿Por qué no podía ser así con su novio? ¿Por qué no podía ser así TODO en su vida? Para Arlene McLauren, las esperas largas eran de algunos minutos, quizá una hora a lo más... cualquier cosa más larga ya eran siglos o milenios para ella. Además, esperar era la actividad más idiota del universo: esperando uno no ganaba nada, salvo lo que estaba esperando, que no era un premio. Definitivamente no existía nada más asqueroso en la vida que esperar...

Arlene ManiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora