Los stilettos de Arlene sonaban por todo el piso de madera de su departamento. Le dio la última fumada a su cigarro antes de apagarlo en una lata vacía de Coca-Cola sobre su desordenado escritorio. Su mano temblaba visiblemente al extinguir la colilla, la cual se unió a las otras seis o siete que reposaban al fondo de la lata. Aun así, Arlene encendió otro cigarro más.
El espejo le devolvió su imagen incompleta: con stilettos de 10 centímetros, la altura de Arlene llegaba al metro ochenta. El espejo de cuerpo completo de su cuarto no alcanzaba para cubrir su reflejo, por lo que ella alcanzó a ver fue, además de su amplio y curvilíneo cuerpo, su cara partida a la mitad, dividida en horizontal justo a la altura de la nariz, y la mitad de su pelo castaño suelto, que le llegaba hasta el pecho. Estaba bien. No quería ver su reflejo completo, y mucho menos sus ojos llorosos, color avellana, con el delineador formando manchas negras alrededor de ellos, manchas que continuaban como un sendero oscuro hasta sus mejillas. Le daba vergüenza admitirlo, pero sabía si ella tuviera un signature look de maquillaje, sin duda alguna sería ese, el maquillaje de todos los fines de semana: las lágrimas negras en su cara, el delineador y el rímel arruinados. Llorar todos los fines de semana, por una razón, u otra... pero esta vez, la razón era grave.
Su suegra le había llamado un par de horas antes para decirle que su novio, Peter, estaba en el hospital. Aparentemente había sufrido un accidente en su estudio de fotografía. La llamada había sido desesperantemente corta, casi como un telegrama: su suegra le había entregado la información sin dar muchos detalles, y había colgado rápidamente. Presa de la preocupación, Arlene había intentado devolver la llamada una, dos, tres veces; sin embargo, el teléfono de su suegra había permanecido ocupado. Tampoco había llamadas recibidas en su celular.
El silencio del teléfono aumentaba la angustia de Arlene a cada segundo. En su escritorio, junto a la lata hedionda de humo de cigarro, se encontraba un cuaderno con portada de Sailor Moon, una botella de Johnnie Walker con un poco de alcohol y una bolsita con polvo blanco. Arlene tomó un sorbo de whisky directo de la botella, y, con sus manos aún temblando, logró cortar dos líneas de cocaína sobre el espejo de vanidad que también reposaba entre el desorden. A Arlene no le importaba el cóctel de tabaco, droga y alcohol; sólo no quería pensar más, pero su mente se resistía a olvidar la última llamada que le había hecho a Peter.
Habían quedado en ir a cenar, mas Peter no había llegado por ella. Tras haberlo esperado una hora, Arlene lo llamó. Estaba fúrica; a gritos, había acusado a Peter de haberla dejado plantada por estar con otra mujer, seguramente aquella chica que siempre le decía que debía explotar su talento y que siempre lo estaba invitando a eventos culturales. Esa maldita zorra estaba loca por Peter, pero el estúpido no podía verlo, o fingía no hacerlo... O quizá no estaba con ella; quizá estaba con sus amigos, aquella bola de buenos-para-nada que sólo servían para emborracharse y planear cualquier proyecto supuestamente artístico que nunca se llevaba a cabo. A gritos también, Peter había intentado explicarle que sólo se encontraba en su estudio de fotografía y que se había tardado de más en algunas cosas relacionadas a otros proyectos, pero de nada había servido. La discusión había terminado con un murmullo de Peter diciendo "loca celosa" que Arlene había contradicho con un tajante: "Ojalá que te mueras, cerdo infeliz."
La chica empezó a llorar de nuevo, con más fuerza. Su novio le había dicho la verdad y ella había elegido no creerle. Peter había tenido razón: ella era una loca celosa, una idiota, una enferma. La verdad, era increíble que alguien como Peter decidiera estar con alguien como ella. Ella no era nadie; era él quien la había iluminado con su presencia, quien le había mostrado que era una persona lo suficientemente valiosa para estar con él, un artista, un intelectual... Un hombre que podría tener a quien quisiera, no a alguien que siempre echaba todo a perder, como ella.
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Arlene Mania
ParanormalEl dinero, el poder, el legado del apellido más importante de la ciudad... todo eso suena a un sueño hecho realidad... pero, algunas veces, los sueños se convierten en pesadillas... Para Arlene McLauren, la "It girl", de Delia Harbor, esto no es l...