Capítulo 27 Cassian Sky

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Cada puerta que abro en estas malditas catacumbas es un eco de ansiedad en mi mente. Mi prioridad es Anne, lo sé, pero la preocupación por Lysandra no me abandona. La oscuridad de este lugar parece cerrarse a mi alrededor, y las antorchas apenas logran despejar las sombras momentáneamente.

"Maldita sea, pelirroja", susurro para mis adentros mientras avanzo de habitación en habitación. No puedo evitar pensar en ella, en cómo la conocí con un choque y un insulto que nos unió de una manera que nunca imaginé. Su apodo, "pelirroja", resuena en mi mente, un lazo invisible que me ata a ella más de lo que quisiera admitir.

Mi misión principal es encontrar a Anne, pero cada vez que abro una puerta vacía, mi corazón late con alivio momentáneo, solo para llenarse de inquietud al pensar en lo que podría estar ocurriendo a mi alrededor. La idea de perder a Lysandra, de que algo malo le ocurra, es una sombra constante que oscurece mi determinación.

¿Estará enfrentándose a algún peligro en algún rincón oscuro de estas catacumbas? La incertidumbre me atormenta mientras avanzo, buscando respuestas, buscando a Anne, pero también buscando la seguridad de la mujer que ha conquistado mi corazón.

En lo más profundo de mí, la idea de encontrar a Anne muerta no es un temor abrumador. Mi lealtad está con Lysandra, y esa verdad resuena con cada paso que doy en estas catacumbas oscuras. Lo que realmente me atormenta es la posibilidad de que Lysandra esté herida, en peligro, y yo no esté allí para protegerla.

Mis pasos resuenan en las piedras húmedas del suelo, y mi mente está dividida entre la urgencia de encontrar respuestas y la angustia de no saber si Lysandra está a salvo. Cada puerta abierta es una nueva incógnita, y mi corazón late con la esperanza de un reencuentro, pero también con el miedo de lo desconocido que acecha en las sombras de estas catacumbas malditas.

La penumbra de las catacumbas apenas permitía distinguir las figuras que se movían en la oscuridad. Cada rincón era una amenaza potencial, y mis sentidos estaban alerta mientras avanzaba en busca de Anne. De repente, emergió de las sombras un lunático, con sus ojos enloquecidos reflejando una ferocidad descontrolada.

La adrenalina se apoderó de mí en un instante, y con la experiencia forjada en innumerables enfrentamientos, me preparé para el combate. La danza mortal comenzó, movimientos rápidos y precisos mientras esquivábamos los golpes del otro en la penumbra. La destreza y técnica que había perfeccionado a lo largo de los años eran mis aliadas en este enfrentamiento.

Cada movimiento estaba imbuido de determinación. Esquivaba sus ataques con agilidad, anticipando sus movimientos como un depredador experimentado. En un parpadeo, nuestros cuerpos se enlazaron en una lucha feroz, donde la oscuridad añadía una capa de imprevisibilidad al enfrentamiento.

La fuerza bruta del lunático chocó contra mi habilidad táctica. La lucha era rápida, con movimientos ágiles y golpes que resonaban en la penumbra. Sabía que no podía permitir que este lunático se convirtiera en un obstáculo en mi búsqueda desesperada.

Con un giro repentino, logré desequilibrar al lunático, abriendo una ventana de oportunidad. Con fiereza y determinación, ejecuté un movimiento letal, aprovechando el momento. Mi mano se movió con precisión hacia su cuello, y en un instante, la presión se concentró en un punto vulnerable.

El sonido seco de huesos partidos resonó en el aire húmedo de las catacumbas. La lucha se detuvo abruptamente cuando el lunático se desplomó, su cuerpo inerte testigo de la rapidez y letalidad de nuestro enfrentamiento. Una mirada fría y resuelta cruzó mi rostro mientras observaba al lunático derrotado.

El silencio regresó, solo interrumpido por mi respiración agitada. La sombra del enemigo vencido yacía en el suelo, y la realidad de nuestro enfrentamiento se asentó en la penumbra. Sin pausa, continué mi búsqueda, consciente de que cada segundo perdido podía tener consecuencias fatales para Anne y, posiblemente, para Lysandra.

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