Me encontraba arrodillado en el suelo, con el cuerpo de Lysandra entre mis brazos. Mis ojos, normalmente llenos de determinación, estaban empañados por lágrimas que caían sin control por mis mejillas. Desesperado, movía con manos temblorosas la tela de mi ropa desgarrandola, tratando de cubrir la cantidad insana de cortes que marcaban su piel.
Cada movimiento era como un puñetazo en mi propio pecho. La tela empapada apenas lograba ocultar la red de heridas que cubrían su cuerpo. Mi pelirroja, mi amor, estaba allí, indefensa y marcada por la violencia de la batalla. El rostro de Lysandra reflejaba el dolor de las heridas, y mi corazón latía con una impotencia devastadora.
Desesperación y angustia se mezclaban en mi interior mientras movía la tela, descubriendo una realidad que me rompía por dentro. Cada corte era un recordatorio brutal de lo frágil que era nuestra existencia, de lo cruel que podía ser la realidad. Lysandra yacía en mis brazos, víctima de la brutalidad que había presenciado, y yo me sentía impotente ante la realidad sangrienta que se desplegaba ante mí.
Fue entonces cuando Carlos llegó corriendo, su boca sangrando pero sus ojos decididos. Se puso a mi lado, sujetando mi cabeza con firmeza para obligarme a mirarlo.
—Cassian, debemos movernos. Hay que sacar a tu pelirroja de aquí. —me dijo con urgencia. Su voz era firme, resonando con la necesidad de actuar de inmediato.
Mis ojos encontraron los suyos, y en ese intercambio silencioso de miradas, comprendí la gravedad de la situación. Dejé de tratar de cubrir las heridas con la tela ensangrentada y asentí, aceptando la realidad de que debíamos priorizar la vida de Lysandra. La desesperación aún latía en mi pecho, pero el llamado de Carlos fue un recordatorio necesario de que, incluso en medio del caos, debíamos luchar por la supervivencia de aquellos a quienes amábamos. Nos pusimos en marcha, dejando atrás la escena macabra, mientras la urgencia de la situación se apoderaba de nosotros.
La salida de los pasadizos fue caótica. Carlos llevaba en brazos a Lysandra, ya que yo no podía andar sin cojear debido a las heridas sufridas en la brutal batalla. A nuestro alrededor, el pasillo estaba lleno de cadáveres, tanto lunáticos como carmíneos. Había sido una carnicería, y los pocos lunáticos vivos que quedaban rendían cuentas a mis compañeros de Luna. Pero en ese momento, no me importaban ellos. Solo tenía ojos para mi pelirroja.
Lysandra yacía en brazos de Carlos, con el rostro magullado y aparentemente dormida. Su melena se movía con los movimientos de Carlos mientras avanzábamos por el pasillo ensangrentado. Cada paso era una agonía, y mi impotencia crecía al verla en ese estado. A pesar de los esfuerzos de Carlos por cuidarla, no podía evitar sentir una furia ardiente contra aquellos que habían causado tanto sufrimiento.
Salimos por la iglesia abandonada, donde Carlos tenía estacionada su furgoneta. Sin dudar, subí a la parte trasera y atrapé a Lysandra contra mi pecho. Quería estar con ella en el viaje de vuelta a casa, protegiéndola, aunque solo fuera con mi presencia. Besaba su pelo, acariciaba su rostro, mientras la furia y la tristeza se entrelazaban en mi interior.
El viaje de regreso era un trayecto marcado por la desolación. Los sollozos y lamentaciones escapaban de mi garganta sin restricciones. Cada rincón de la furgoneta resonaba con el eco de mi dolor, mientras la imagen de Lysandra herida persistía en mi mente. Sentía como si el mundo se hubiera desmoronado a nuestro alrededor, dejándonos en un abismo de desesperación.
El viaje pareció una eternidad, pero finalmente llegamos a casa. Carlos nos ayudó a llevar a Lysandra al interior, y la depositamos con suavidad en el sofá. Mi pelirroja, mi amor, merecía paz y descanso después de lo que había pasado. La sala estaba llena de un silencio pesado, solo roto por el susurro de mi voz mientras seguía expresando mi dolor y mi amor por ella.
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Lunas Cruzadas
Misteri / ThrillerEn Luminaria, donde las sombras danzan con la luz, cada ciudadano guarda un secreto en los pliegues de su alma, y las verdades se entretejen en la penumbra de sus destinos entrelazados. "¿Puede el amor, como un cigarro encendido, desafiar la oscura...