Prologo

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La Tormenta en la Luz del Amanece

La noche se rasgaba con el estruendo de las llamas y el penetrante olor a azufre, que se adhería a la piel como un presagio de desgracia. Yo, Aiden, el último descendiente de los Drakoitar, era testigo del saqueo demoníaco que consumía el legado de milenios. La paz que había envuelto mi existencia se desvanecía, devorada por el insaciable apetito de una invasión implacable.

Nadia, mi hermana, se alzaba como un faro de desafío, su espada trazando destinos ineludibles en el aire. En el caos de la batalla, nuestras miradas se cruzaban, un silencioso diálogo de miedos compartidos, valor incuestionable y un lazo fraternal inquebrantable. Sus ojos, espejos del alma, reflejaban una tormenta de emociones: la determinación forjada en el amor y el dolor, la tristeza por los sueños desmoronados, y la esperanza, esa chispa tenaz que se negaba a extinguirse.

La fortaleza, último refugio de sueños de libertad, caía ante la oscuridad en una noche predestinada. Nadia, mi luz en la penumbra, fue engullida por el abismo, dejándome a la deriva en un océano de desesperación. La desesperanza me oprimía, pero era la ira, nacida del dolor de la pérdida, la que me mantenía erguido, encendiendo el fuego de la venganza en mi ser.

Tras cuatro ciclos de luna llena, combatí en un frenesí de acero y sangre. Al final, el rey demonio se reveló ante mí, su espada hundiéndose en mi carne. En ese momento de agonía suprema, una visión fugaz de un pasado olvidado surgió ante mí: un niño y un demonio jugando bajo la sombra de un árbol ancestral, una amistad improbable sellada antes de que el tiempo dictara enemistad.

—Tu resistencia es admirable, humano. Dime tu nombre.

—Aiden... Aiden Drakoitar —mi voz, aunque débil, retumbaba con el eco de un linaje eterno.

—Ese nombre resonará en la eternidad —declaró él, mientras la oscuridad me envolvía, reclamando mi conciencia. Y en el último suspiro de luz, la visión de dos niños jugando en armonía se intensificó. Un demonio y un humano, cuya amistad pura y verdadera fue exterminada por las deidades temerosas de un orden desafiado.

Con la visión clara ante mis ojos, sentí cómo la vida se desvanecía de mi cuerpo y fallecer sin antes sonreír inconscientemente

En Otro Lugar

Tras morir termine despertando en un valle donde el perfume de las rosas se entrelazaba con la melodía de un río cercano. Un hombre de cabellos plateados y ojos como zafiros me observaba, su mirada trascendiendo el tiempo, como si pudiera ver el tejido de mi alma.

—Te encuentras en el Valle de los Caídos, reposo de los héroes —su voz era un consuelo para mi espíritu lastimado, una caricia en la brisa que llevaba consigo el eco de mil batallas olvidadas.

—No soy ningún héroe —repliqué, la amargura tiñendo mis palabras, pero de entre las flores surgió una figura femenina, su atuendo adornado con flores doradas, su cabello tejido con destellos de luz. Era como si la misma naturaleza se hubiera encarnado en ella, su presencia un canto a la vida en medio de la muerte.

—Todavía no lo eres, Aiden Drakoitar, pero tu saga apenas inicia —pronunció ella, su sonrisa augurando triunfos venideros, un presagio de que mi nombre se convertiría en leyenda.

—Lo has traído de vuelta. ¿Por qué? —inquirió el hombre, su voz teñida de asombro y una sombra de temor que no lograba ocultar.

—Porque su destino trasciende nuestra comprensión, y hay episodios en su vida que aún están por escribirse —explicó ella, mientras Aiden se desvanecía en la promesa de un nuevo amanecer, el horizonte teñido de rojo como si presagiara la sangre que aún estaba por derramarse.

—Debes extrañarlo mucho, ¿verdad? —El hombre parecía buscar comprender el corazón de la mujer ante él, su mirada perdida en el reflejo de las aguas.

—Es así, pero por más que desee tenerlo a mi lado, no puedo permitir que siga siendo un peón de los dioses —declaró antes de jurar, sus palabras suspendidas en el aire, un voto que parecía resonar con el poder de romper cadenas eternas—. Así que, si debo sacrificar mi vida para que él encuentre la felicidad, o si debo enfrentarme al mismísimo creador del cielo, lo haré.

—Tu amor por ese mortal es inmenso —El hombre habló con una mezcla de admiración y pena, como si conociera el peso de tales sentimientos.

—Una vida tras otra, un ciclo perpetuo que se repite sin cesar, y no puedo permitir que se sacrifique más de lo que ya ha hecho —La determinación brillaba en sus ojos, una llama indomable que ni el destino podría extinguir.

—Es cierto, desde su primera existencia ha sido el juguete de los dioses... Pero me pregunto, ¿por qué el Padre Celestial te ha permitido liberarlo de sus cadenas? —La pregunta del hombre era un susurro cargado de dudas, como si temiera la respuesta.

—Es solo otro misterio en los designios divinos —Ella miró hacia el cielo, donde las estrellas comenzaban a titilar, como si fueran testigos de un secreto insondable.

—Como bien has dicho, hay capítulos en su vida que aún deben ser escritos, y solo él podrá superar las cadenas que lo atormentan. Solo queda observar cómo se desenvuelve esta vez —la voz del Padre Celestial resonaba con la profundidad de los eones y en solo unos segundos apareció y camino hacia ellos portando una armadura dorada, un susurro que parecía contener los secretos del universo.

 Solo queda observar cómo se desenvuelve esta vez —la voz del Padre Celestial resonaba con la profundidad de los eones y en solo unos segundos apareció y camino hacia ellos portando una armadura dorada, un susurro que parecía contener los secretos...

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— ¿Por qué? ¿Por qué no lo ayudas? ¿Por qué permitiste que fuera el entretenimiento de los dioses? —la pregunta brotaba cargada de desesperación y anhelo de justicia, un grito que desafiaba el silencio de los dioses.

—En el tejido del cosmos, cada hilo tiene su propósito, y no todos pueden ser revelados a los mortales. Lo intenté, pero incluso los dioses tienen oscuridad en sus corazones, se los ordene que no interfieran en la vida de los mortales, pero no escucharon. Y ahora, como antes, solo podemos observar y esperar, pues su alma deberá superar las tormentas que lo acechan sin cesar —sus palabras eran un enigma, un laberinto de significados que invitaban a la reflexión.

—Solo es un humano —dijo la chica casi con lágrimas en los ojos— ¿Cómo puede hacer siempre lo mismo?

—Solo míralo, ya está por despertar la tormenta que azotará a la oscuridad sin piedad —El hombre señaló hacia el horizonte, donde una nube oscura comenzaba a formarse, su centro iluminado por relámpagos que prometían una tempestad como ninguna otra.

Y en ese instante, el valle se sumió en un silencio sepulcral, como si la naturaleza misma contuviera la respiración, anticipando el alba de una era donde Aiden Drakoitar sería más que un héroe, más que un peón, un forjador de su propio destino.

La tempestad se cernía sobre el valle, un presagio de cambios inminentes, una promesa de que la historia de Aiden Drakoitar estaba lejos de terminar. En el silencio que precede a la tormenta, una voz susurró a través del viento, una melodía casi olvidada que hablaba de secretos antiguos y futuros inciertos—El ciclo se romperá— decía la voz— Y el destino del último será el comienzo de algo nuevo, algo que desafiará las mismas estrellas— Y entonces, tan abruptamente como había comenzado, el susurro se desvaneció, dejando solo el sonido del río y el aroma de las rosas, como si nada hubiera perturbado la paz del valle. Pero en el aire quedaba la sensación de que algo extraordinario estaba a punto de suceder, algo que cambiaría el curso de la historia para siempre.

El resurgir del ultimo DrakoitarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora