capitulo 43

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El príncipe de las sombras

Después de la breve, casi incómoda conversación con mis hermanos menores, abandoné el campamento, sintiendo sus miradas inquisitivas sobre mi espalda mientras me alejaba. Sus mentes aún eran ingenuas, incapaces de percibir la tormenta que se cernía sobre Eldoria. Para ellos, yo seguía siendo su protector. Que continuaran creyéndolo era cruel, pero necesario.

Con la llave de teletransportación en mis manos, sus grabados antiguos destellaron un brillo dorado bajo la tenue luz. Un símbolo de traiciones pasadas y alianzas oscuras, susurrando secretos solo compartidos en las sombras. Murmuré las palabras del conjuro y el aire a mí alrededor se volvió denso y helado, sumiéndome en un frío oscuro y ancestral.

Cuando reaparecí, estaba en una cabaña a las afueras de Eldoria, en una de las fronteras menos transitadas. La estructura era humilde, con paredes desgastadas y un olor penetrante a madera húmeda y tierra corrompida, como si el propio lugar exudara el rastro de sus conspiraciones. El viento gélido golpeaba la cabaña, llenándola de un crujido siniestro que parecía el latido de un corazón oscuro. Allí, rodeando una mesa redonda y envejecida, aguardaban aquellos que decían servir a Eldoria, pero en quienes el mismo veneno que me consumía ardía con fuerza.

Los nobles levantaron la vista en silencio cuando aparecí, sus miradas llenas de una devoción distorsionada y una ambición apenas contenida. Sus rostros reflejaban una mezcla de respeto, codicia y una voluntad de hierro. Éramos iguales, guiados por el deseo de poseer Eldoria, no de protegerla. Estos no eran aliados, sino cómplices en la caída de un reino.

El silencio se profundizó al cruzar el umbral, y cada paso que di hacia la cabecera de la mesa resonaba como una sentencia en la penumbra. Me acomodé en la silla de madera, observándolos, dejando que la tensión se extendiera como una sombra pesada y opresiva. Mi voz, cuando rompí el silencio, fue un susurro calculado, oscuro como la propia habitación.

—Ha pasado demasiado tiempo, camaradas —saludé, una media sonrisa helada en mi rostro—. Eldoria está infestada de caos, presa del veneno que los demonios han traído a sus puertas. Pero aún hay mucho por hacer.

Un murmullo aprobador recorrió la mesa, como un eco oscuro que reverberaba en cada uno de ellos. Una sonrisa oscura se dibujó en sus rostros, sus ojos entrecerrados y llenos de ambición, resonando con la misma sed de destrucción que yo mismo albergaba.

Uno de los duques, un hombre con un rostro enjuto y ojos tan fríos como la muerte misma, se inclinó hacia adelante. Tamborileaba los dedos en la mesa con una calma espeluznante, y cuando habló, cada palabra estaba impregnada de veneno y convicción.

—La solución es simple, príncipe Gustav —murmuró, deleitándose con cada palabra—. Primero, eliminamos al cobarde de tu padre. Después, tus hermanos serán presa fácil. Eldoria nos pertenecerá por completo.

Su declaración no fue una sugerencia, sino una sentencia compartida, el pacto tácito que todos los presentes aceptaban con mirada ardiente. Observé cómo cada uno de ellos asentía, sus ojos reflejando no solo admiración, sino una devoción siniestra. Esto era más que lealtad: era un culto oscuro de ambición y odio hacia la luz de Eldoria.

Retiré mis guantes lentamente, revelando los sellos oscuros marcados en mi piel, símbolos de pactos prohibidos y alianzas que pocos osarían invocar. Sus miradas se fijaron en mis manos, tragando en seco mientras la tensión en la sala aumentaba con cada segundo. Por primera vez, veían mi verdadera naturaleza, y eso solo fortalecía su resolución.

—Ustedes... realmente comprenden —dije en voz baja, dejando que la oscuridad impregnara cada sílaba—. Eldoria no caerá por los demonios. No será destruida por las fuerzas externas. Será destruida por nosotros, desde dentro.

El resurgir del ultimo DrakoitarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora