capitulo 41

5 2 0
                                    

La última voluntad de una deidad

La muerte de la diosa del Frío Eterno desató una tempestad en los cielos, donde las deidades en contra de Aiden conspiraban sin tregua. La ciudad celestial, normalmente un lugar de armonía divina, se había convertido en un campo de batalla caótico. Cada reunión era un escenario de tensión, donde los dioses intercambiaban acusaciones y sus poderes se desataban sin control. Aquella tarde, la presión alcanzó su punto máximo. Las deidades, decididas a eliminar todo rastro de Aiden, avanzaban hacia las escaleras que conectaban la ciudad celestial con el mundo terrenal.

De repente, el dios del Rayo apareció, su figura imponente bloqueando el paso. Se plantó firme frente a los escalones dorados, su mirada decidida y su postura inflexible.

—Esto ha ido demasiado lejos —declaró, su voz resonando como un trueno mientras un destello eléctrico cruzaba sus ojos—. No permitiré que den un paso más.

El dios de la Tierra, con su rostro marcado por la furia, fue el primero en replicar. —Ya han muerto dos de nuestros hermanos. Esto no puede seguir así. Ese insolente mortal debe ser destruido de una vez por todas.

El dios del Rayo mantuvo su posición, su mirada endureciéndose. —Ambos sabían a lo que se enfrentaban. Tanto la Parca como la diosa del Frío fueron tras él con la intención de matarlo. Y Aiden respondió... como debía.

La diosa de la Vida, envuelta en una fría serenidad, habló entonces. Su tono era tan gélido que parecía cortar el aire.

—Nos ha declarado la guerra, dios del Rayo —sus palabras parecían impregnadas de veneno—. Debemos terminar con él antes de que sea demasiado tarde.

El dios del Rayo frunció el ceño, incrédulo ante lo que oía de su antigua aliada. —Malgorth... —murmuró con desdén—. Ese espíritu corrupto ha envenenado sus mentes. Si no detienen esta locura —su mano se elevó hacia las escaleras, y un rayo divino cayó desde los cielos, reduciendo los escalones dorados a polvo en un destello cegador—, los detendré yo. Aunque eso me cueste la vida.

La diosa del Agua rió entre dientes, su voz deslizándose como una corriente oscura. — ¿Realmente crees que puedes detenernos? Somos más de la mitad de las deidades, y tú estás solo. Fue un error enfrentarnos de uno en uno. Pero ahora, cuando te eliminemos, nada podrá proteger a ese guardián mortal. El ciclo terminará y Malgorth tomará su lugar como el supremo vencedor de esta guerra celestial.

El dios del Rayo apretó los dientes, su mandíbula tensa mientras los relámpagos chisporroteaban a su alrededor. Sentía la presión del poder de las deidades frente a él, como una tormenta oscura a punto de desatarse. Sin embargo, no dio un paso atrás.

—Maldita sea, ¿han olvidado lo que significa ser dioses? —rugió, el estruendo de su voz rivalizando con el rugir del trueno que lo envolvía—. Somos guardianes del equilibrio, no conquistadores cegados por la venganza.

La diosa del Agua avanzó, su cuerpo moviéndose con la gracia líquida de un río, sus ojos brillaban con una frialdad impenetrable.

— ¿Equilibrio? —Rió con amargura—. El equilibrio fue roto el día que Aiden ascendió más allá de lo que jamás debió alcanzar. Nos desafía a todos. No podemos permitir que un simple mortal se burle de nuestra existencia.

El dios del Rayo fijó su mirada en ella, sus ojos centelleando con una ira contenida. —Aiden no es solo un mortal —replicó, su tono bajo pero cargado de intensidad—. Él lucha por algo más grande que todos nosotros, algo que ustedes han olvidado en su ciega ambición.

El dios de la Tierra avanzó, golpeando el suelo con su enorme pie, haciendo que la tierra bajo sus pies temblara a pesar de estar en la ciudad celestial.

El resurgir del ultimo DrakoitarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora