11. Enemigos

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Dipper

Los chicos estaban tardando en volver, incluso cuando ya estaba bastante oscuro afuera.

Yo seguía plantado frente a la televisión, ajeno a cualquier responsabilidad o problema.
Estaba quedándome dormido con una bolsa de papas fritas en mano cuando unos golpes fuertes y acelerados me sobresaltaron.

Habían tocado la puerta.

Me levanté esperando ver la cara de Mabel llorando de felicidad por haber conseguido las entradas o de tristeza por no haberlo echo. O con Ford, que habia vuelto del puerto, o Stan o Soos.

Pero con quien me encontré era alguien muy diferente.

Abrí la puerta y casi me atraganto con el aire.

Me llevó unos segundos reconocerla.
Con ropa apagada, una capucha negra, cabello revuelto y tierra sobre su rotro, no parecía ella.

No parecía Pacifica Noroeste.

Respiraba tan agitadamente que parecía que había corrido un maratón, incluso estaba sudada.

Me sostuvo la mirada unos segundos en los que permanecimos en silencio, hasta que abrió la boca para decir algo y le cerré la puerta en la cara.

No podía ser otra vez.
Nos trataba como estiércol todo el verano hasta que necesitaba nustra ayuda para algo de su beneficio.
Que se pudriera.

Volvió a tocar la puerta.
Mas fuerte.

Subí el volumen de la televisión con intención de que se rindiera y se fuera.

Estaba harto de ser un peon que ella pudiese controlar. No después de haber sido cruel conmigo y Mabel tantas veces.

-¡Búscate alguien más para molestar! - le grité.

-¡DIPPPER! - su tono de voz me sorprendió. No era de molestia, ni furia, ni desagrado o egocéntrismo. Era un tono asustado, de temor y casi de súplica. -¡Porfavor!

Me acercé dubitativo a la puerta, en un debate conmigo mismo de si abrirla o no.

Recordé casi como un flashback la vez que había acudido en mi busca para ayudarla con unos fantasmas que estaban acosando a su familia en la mansion Noroeste.
Creí que habiamos quedado como amigos después de esa vez (la habia pasado bastante bien con ella) pero luego de un tiempo volvimos a la misma rivalidad de siempre, Mabel y yo volvimos a California y jamás volvimos a cruzar palabras con Pacifica.

Hasta que volvimos, y me la encontré en el bosque.
Y ahora, detrás de la puerta pidiéndome ayuda como aquella primera vez.

Mi cabeza y razón me decían que no le abriera, pero algo mas fuerte me hizo querer hacerlo.

Abrí la puerta sin mas.

Iba a gritarle algo, pero mis palabras se perdieron tan rapido cuando la ví.
Estaba pálida, casi transparente.
Su rostro estaba contraído en un esfuerzo por contener las lagrimas que inundaban sus ojos.

-No sabía a quien más acudir.- dijo con un sollozo.

Estaba atónito, no reaccioné hasta que ví la sangre que se acumulaba a sus pies.

-¡¿Pero qué..?! - se me trabaron las palabras por la sorpresa.

Pacifica cayó casi desmayada sobre mí, apenas conciente.

La sujete lo mejor que mis nervios me permitieron, la entré dentro de la casa y la ayudé a llegar hasta el sillón, donde se desplomó con un suspiro.

Volví a cerrar la puerta no sin antes echar una mirada a la oscuridad del bosque, buscando alguna señal de la cosa que la había lastimado.

Volví a cerrar la puerta no sin antes echar una mirada a la oscuridad del bosque, buscando alguna señal de la cosa que la había lastimado

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