20. La guarida

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Dipper

Me sentía extraño estando lejos de Pacífica después de tanto tiempo compartido esos últimos días.

Tantas discusiones, confesiones, persecuciones y planes...tomar caminos diferentes luego de ello me ponía nervioso.

La observé de espaldas mientras caminaba hacia la cocina, preguntándome si el plan funcionaría y volveríamos a reencontrarnos.

Reprimí esa idea y despejé mis emociones.

Me dí la vuelta y comencé mi camino.

Habían muchas cosas que podían llegar a salir mal, pero curiosamente me sentía bastante tranquilo con respecto a ellas. Si la parte del plan de Pacífica salía bien y Mabel respondía la llamada (de lo cual estaba cien por ciento seguro) no teníamos nada de qué preocuparnos.

Mas o menos, porque luego estaba el ligero problema de lidiar con el fantasma.

En fin...

Repasé los planos de la mansión en mi mente, recordando el camino hacia el gran comedor, el lugar donde haría mi debut.

Mientras más me acercaba, menos nervioso me ponía, el temor era sustituido por la adrenalina que me causaba enfrentarme con el fantasma una vez más. Aún quería destruirlo, pero necesitaba conocer sus motivos por los cuales había comenzado a atacar a Pacífica particularmente y de dónde carajos había salido aquel ser místico.
Por suerte, estaba a punto de descubrirlo.

Procuré que mis pisadas resonaran sobre las tablas de madera del suelo y tosí una o dos veces para hacerme escuchar.
Con eso debía ser suficiente.

La puerta chirrió cuando la empujé y entré a la sala. A pesar de haberme acostumbrado a las inmensidades de la mansión noroeste, casi se me cae la boca al suelo al apreciar ese comedor.
Con razón que le llamaban gran comedor.

Porque no sólo era grande, era muy grande, demasiado grande.

Tenía una amplitud gigante, la cima del techo estaba a metros de distancia, tenía ventanales gigantes, y una cantidad de muebles impresionantes. Todos de madera tallada con retoques dorados.
En las mesas (si, en plural, porque habían como tres de ellas) entraban al menos cien personas cómodamente.

-Guau.
Fue inevitable no decirlo.

Mis palabras resonaron por toda la estancia rebotando como un eco.
Una brisa helada me rosó la nuca y puso los pelos de punta.

Estaba allí.

Caminé lo más normal que mis piernas me lo permitieron (estaban temblando) hasta una repisa con estatuas de bronce.
Fingí tomar una en manos para examinarla, y cuando me sentí listo, la dejé caer.

El sonido resonó como un eco de la misma forma que mis palabras, solo que esa vez fue mucho mas fuerte y molesto.

Eso fue suficiente.

Estallaron las ventanas a mi alrededor y una docena de sillas volaron a mi dirección.
Las evité como pude tirándome a un lado y arrastrándome como bebé lejos de ellas.

Intenté pensar como Mabel, y permanecí con el lado positivo de la situación: el fantasma había roto el vidrio que yo debía romper para darle la señal a Pacífica. Al menos ahora tenía una tarea menos, y ella probablemente ya había escuchado la señal.

Me levanté con esfuerzo y busqué al fantasma con la mirada, descubriendo que el miedoso no quería mostrarse ante mí.

-Muéstrate cobarde - grité.

Aquello pareció molestarle porque los candelabros titilaron y su voz resonó por el lugar.

-No juegues a ser el héroe, Pines.

Destinos EntrelazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora