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Incluso a través de las paredes de piedra de las ruinas, llegaban los trinos de las aves, los gritos de los monos y los gruñidos de las bestias de la selva.
Gracias al musgo que tapizaba el suelo y gran parte de las paredes, los ya sigilosos pasos de Wayra, una joven cazatesoros, se veían aún más amortiguados, hasta casi desaparecer.
El calor se pegaba a la piel morena de la joven según caminaba, cada paso medido con precisión. Las gotas de sudor se acumulaban en el algodón de su camiseta de tirantes, pero también resbalaban por su frente y sus brazos. Era molesto, pero su atención estaba totalmente centrada en el suelo del pasillo.
Además, aún no había llegado lo peor del año, la temperatura apenas estaba comenzando a subir, y con ella vendrían las lluvias torrenciales, cada vez más fuertes. La estación seca estaba dando paso a la época de lluvias.
Cientos de años atrás, aquella construcción de piedra formada por varios domos se había alzado al cielo por encima de la vegetación, y extendido hacia los lados tan ancha como una colina. Ahora, en cambio, sólo raíces y plantas trepadoras cubrían sus entrañas. Gran parte de sus muros, carcomidos y derruidos por el tiempo y la humedad.
Afuera, el sol se encontraba en su punto más alto, por encima de las copas de los árboles. Junto a él, se podría apreciar la luna roja, totalmente llena. La luna azul no saldría hasta la noche, apenas una rendija en crecimiento. Faltaban algo más de dos mit'apus para que alcanzara su plenitud. Poco más de veinticuatro soles para la primera noche de lunas gemelas del año.
A través de gruesos ventanucos en la parte alta de las paredes se colaba la luz y así se podían apreciar las baldosas que cubrían toda la superficie, formando un peculiar entramado gracias a sus tamaños y relieves irregulares. Algunas se habían hundido sobre sí mismas; otras permanecían elevadas o se mantenían a nivel.
A un lado, una calavera humana, amarilleada por los siglos y roída por las alimañas, delataba la peligrosidad del camino por el palo de flecha que le atravesaba la frente. Sin embargo, esta peligrosidad era sólo aparente. Salvo unas pocas trampas colocadas en zonas clave, la mayoría de las salas no estaban protegidas. Al fin y al cabo, ¿quién protegería un observatorio? Porque esa había sido la función de la estructura, tiempo atrás, contemplar las estrellas desde el punto más alto del domo central.
Lo único que merecía la pena resguardar era una sala en el corazón de la estructura.
Ese era el destino de Wayra y aun así...
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Aztilan: La ciudad perdida
Fantasía*Historia en progreso* Incluso cuando todo parece perdido, la esperanza se abre camino. Wayra es una tecayari, una de los pocos que quedan tras la destrucción de su cultura a manos del Imperio Vör hace cuatro siglos, debido a la peligrosa magia que...