Un grito de Kanti en su oído y un zarandeo de Wayra le despertaron de forma súbita tiempo después. Desconcertado, fue a preguntar qué estaba ocurriendo.
—Shh.
La chica le tapó la boca en cuanto vio que iba a hablar y durante unos segundos la selva se sumió en un silencio tenso. Aún era noche cerrada, las copas de los árboles les rodeaban y, debido a que la luna roja aún se estaba renovando, la luz era limitada. Su única iluminación eran las débiles ascuas de la hoguera.
Wayra tenía todo el cuerpo en tensión y a su lado, el cuervo había erizado las plumas. A su alrededor... El silencio continuó. Demasiado silencio, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración. Algo les estaba acechando.
El antropólogo asintió, dando a entender que comprendía la situación, así que la chica le soltó.
—Skandii —susurró cerca del oído del chico.
Aquella palabra resonó en sus oídos un momento, tratando de buscar un lugar donde aterrizar, hasta que lo consiguió. La joven ya los había mencionado antes, las estatuas que habían guardado el camino a las ruinas. Jaguares espirituales.
La idea le provocó un escalofrío de terror y emoción a partes iguales. Junto a la magia de los tecayari, en el continente de Ilanis abundaban historias sobre criaturas únicas, rumores de sombras, cuentos y mitos que se habían mezclado con lo exótico de una nueva tierra y habían sido, en gran medida, imposibles de probar.
Tenían que huir. Estaban en peligro, sí, pero al mismo tiempo tuvo el irrefrenable instinto de dar un paso adelante, de testar por sí mismo el misticismo que rodeaba a su supuesto enemigo.
Wayra le agarró de la muñeca y Kanti se colocó en el hombro del chico, dispuestos a salir de allí. Un intento en vano, ya que se vieron rodeados por al menos cinco pares de ojos amarillos e incandescentes, con el brillo etéreo de los sueños. Se acercaron paso a paso a los jóvenes a través de la maleza y tras ellos se materializaron los cuerpos de jaguares, con un pelaje púrpura plagado de estrellas a modo de manchas.
El ambiente comenzó a agitarse con energía y Lenn los observó sin aliento, petrificado en el sitio, sintiendo cómo el cuervo temblaba encogido sobre su hombro.
A su lado, Wayra chasqueó la lengua.
—No te muevas.
Incluso si hubiera querido desobedecer, no habría podido, perdido en los ojos del gigantesco felino frente a él, pendiente de cada paso en su lento caminar y de las bajas vibraciones de sus gruñidos.
Escuchó cómo la chica plantaba los pies en el suelo con firmeza. Liberó su muñeca y rebuscó algo en su mochila. Por el suave olor a faisán asado que cubrió el aire poco después, supuso que serían los restos de la cena, que habían envuelto en una hoja.
—Samay... Saaamaaayyy... Samay —Con los brazos en alto y la comida a la vista se acercó de forma tentativa, sumamente despacio, al jaguar más cercano, aquel frente a Lenn. Dejó de gruñir. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, hincó una rodilla en la tierra, inclinó la cabeza y se llevó la mano libre al corazón—. Mana. Vemmana. Vemmmanna.
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Aztilan: La ciudad perdida
Fantasia*Historia en progreso* Incluso cuando todo parece perdido, la esperanza se abre camino. Wayra es una tecayari, una de los pocos que quedan tras la destrucción de su cultura a manos del Imperio Vör hace cuatro siglos, debido a la peligrosa magia que...