Continuaron su descenso a través de las múltiples salas y pasadizos hasta llegar a la última habitación, o así la identificó la cazatesoros. Según ella, se encontraban en el corazón de la base de la pirámide, aunque Lenn no habría sabido confirmarlo o desmentirlo sin referencias del exterior.
Al igual que el túnel en el que habían escapado de Hotah y su banda, la mayor parte del suelo estaba cubierto por tablas, divididas en dos mitades.
En el centro, había una estatua de oro en una plataforma central de piedra: una persona postrada en reverencia que ofrecía un cuenco hacia la pared del fondo.
Lenn se preguntó qué habría contenido y su primera opción fue agua. No sólo por las gotas que caían del techo, sino porque allí podía escucharse sin problemas el rumor de una corriente bajo sus pies. Si un nuevo abismo se abriera, ¿caerían a él? ¿Ese había sido el destino de sus captores?
—No toques la estatua. Es una trampa —advirtió la joven, quien fue directa a la pared más alejada de la entrada.
Era la única que se había mantenido completamente intacta, respetada tanto por los habitantes de la pirámide como por el paso del tiempo. En el fondo, a Lenn no le extrañó. Mostraba uno de los murales más exquisitos que el chico había visto, una pieza en la que toda una nación había volcado sus creencias.
Era el dibujo de un frondoso árbol, cuyas raíces se extendían por toda la base. Sus lustrosas hojas parecían tener vida propia, como si en cualquier momento la brisa pudiera hacerlas realidad y bailar junto a ellas; y el tronco no se quedaba atrás, recio pero al mismo tiempo delicado y cubierto de cientos de miles de diminutas gotas tan radiantes como el sol. Debía ser un truco de la vista, puesto que la única luz en la sala era la de su antorcha, pero habría jurado que el conjunto irradiaba una luz propia.
—Tzica, ¿verdad?
—Ajá. Perdido junto a Aztilan.
Wayra se aproximó a la pintura y siguió con los dedos una serie de filigranas que recorrían parte de las raíces.
Lenn la imitó mientras rescataba el cuaderno de su mochila para bocetarlo todo, aunque ella se mantuvo absorta contemplando aquellos grabados.
Cuando se centró en los delicados relieves, no entendió del todo qué podían representar. Parecían las ramas de alguna planta trepadora, con tirabuzones, giros y... ¿hojas? Entonces se percató de que los elementos tenían un patrón, un ritmo repetitivo. ¿Sería algún tipo de código? ¿Una melodía?
Se giró hacia su compañera para preguntarle su opinión y se detuvo a medio camino. El brillo que tenía en la mirada, perdida en el infinito del árbol, hizo que su corazón se encogiera. Era una tristeza profunda, sangrante.
Sin embargo, aquel sentimiento desapareció antes de que pudiera comentarlo, como si nunca hubiera estado ahí en primer lugar, sustituido por la impenetrabilidad de la piedra que ya conocía. Se cruzó de brazos y se apartó del mural, en un gesto tan repentino que obligó al cuervo a abandonar su posición.
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Aztilan: La ciudad perdida
Fantasía*Historia en progreso* Incluso cuando todo parece perdido, la esperanza se abre camino. Wayra es una tecayari, una de los pocos que quedan tras la destrucción de su cultura a manos del Imperio Vör hace cuatro siglos, debido a la peligrosa magia que...