Capítulo 9 (parte 2) - Ka'ax

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Advertencia de contenido: maltrato y violencia moderada

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Por el rabillo del ojo identificó a quien le había agarrado. Wayra.

La chica tiró de él y, por más que se resistió, le arrastró afuera de la carpa.

—¡Déjame ir! ¡Suéltame! ¡Sin nadie más va a hacer nada, lo haré yo!

La cazatesoros dejó de hacer esfuerzo sin llegar a soltarle. Lenn trató de zafarse de nuevo mientras resoplaba, pero su agarre era tan duro como los grilletes que Hotah había utilizado. Temblando, encaró la expresión impasible de la chica, los ecos de la paliza que se estaba produciendo, perforándole los tímpanos.

—¡¿Cómo puedes estar de acuerdo con algo así?! ¡¿Cómo puedes permitirlo?!

—Lo que intentas hacer no serviría de nada.

La ausencia de sentimiento en sus palabras perforó el corazón del chico con la precisión de una aguja. Se encogió con las mejillas ardiendo y los lagrimales a punto de desbordarse, incapaz de rechazar la verdad que contenían.

—Sólo conseguirías poner una diana en la espalda de ese joven y que reciba castigos mayores meramente por despecho. No juegues tus cartas así, Lenn. No merece la pena. —Una pizca de resentimiento quebró la monotonía de su voz y entonces su expresión se avivó. Con un gesto sutil de barbilla señaló el techo de la carpa—. Hay otras maneras.

El antropólogo se giró hacia donde le indicaba y vio cómo Kanti y sus amigos se habían colocado en lugares estratégicos, junto a las cuerdas atadas a un poste central que sujetaban los extremos de la tela. Cuerdas que estaban a punto de romperse.

Un silbido de Wayra avivó una corriente de aire y, con una serie de chasquidos, las sujeciones se deshicieron. Acto seguido, el cuervo y las demás aves agarraron la tela y ayudaron a que el viento la tirara sobre el noble y todos los espectadores. Con exclamaciones de alarma, se olvidaron por completo del pobre tecayari, centrados en proteger su propio orgullo en medio del caos y las risas maravilladas de alrededor.

Pese a ser algo diferente a lo que había imaginado, la situación consiguió apaciguar los sentimientos de Lenn, quien se centró en su compañera. Ella le soltó sin decir nada y él se masajeó la muñeca. Sólo la tenía un poco entumecida, aunque había sido firme, apenas le había hecho daño.

—Me has asustado por un segundo... Pensaba que no te...

—Ilanis no es como tu tierra natal. —Su expresión se endureció de nuevo—. Las cosas aquí no funcionan como al otro lado del mar. Cuanto antes te entre en la cabeza, mejor. Si actúas así con cada injusticia que veas, acabarás muerto en una esquina junto a la persona que tratabas de ayudar.

Él se quedó sin aire como si le hubiera golpeado.

Sin más que añadir, la tecayari se encaminó al final de la calle y el chico se vio obligado a seguirla.

Aztilan: La ciudad perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora