Capítulo 13 (1/3) - Rumiel

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El despacho se había mantenido tal y como lo recordaba, con las estanterías rebosantes de libros, la mesa soportando con orgullo cientos de papeles, mapas y planos; y las cortinas del balcón danzando junto a la brisa

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El despacho se había mantenido tal y como lo recordaba, con las estanterías rebosantes de libros, la mesa soportando con orgullo cientos de papeles, mapas y planos; y las cortinas del balcón danzando junto a la brisa. Aquellas cuatro paredes habían sido el patio de recreo tanto de Ewah como de sus hijas, testigos silenciosos de cientos de investigaciones, travesuras y aventuras.

Sin embargo, ahora que se encontraba de nuevo en él, Wayra sólo tenía ojos para los sueños imposibles escondidos entre las páginas corroídas por el tiempo.

Con aprensión se llevó una mano al codo, que llevaba sujeto por un cabestrillo.

Cerró los ojos y, durante un instante, el estruendo de disparos resonó en sus oídos como un eco lejano. El regusto metálico de la sangre hizo que le picara la nariz. No estaban ahí, por supuesto, era consciente de ello. Y también de que tardarían mucho en irse, si es que en algún momento lo hacían del todo.

Entonces, la puerta chirrió al abrirse y con un disimulado respingo se giró hacia las recién llegadas: su madre y su hermana.

Frunció el ceño al verlas y el gesto se agudizó al reparar en el fardo envuelto mediante un paño que Ewah sostenía.

Mientras Ayani cerraba la puerta, la mujer se acercó a Wayra. Llevaba el pelo recogido en un apretado moño e iba vestida con una blusa y unos pantalones de viaje. No hacía ni un mes que había regresado de su último viaje. De no ser por la guerra, probablemente ni lo hubiera hecho.

—Te vas de nuevo, ¿no es así?

Con su mano libre, Ewah le acaricio una mejilla. Un anillo sobre su índice lanzó tímidos destellos ambarinos, como si el sol grabado en él hubiera cobrado vida, el orgullo de la familia, símbolo del líder del clan.

Sus penetrantes ojos oscuros se deslizaron por el rostro de su hija, apreciando cada pequeño rasguño, y, al detenerse sobre la venda que le rodeaba la cabeza, se mordió el labio inferior.

—Siento no haber estado aquí. Me alegro tanto de que estés bien...

Wayra rehuyó el contacto y se apartó un par de pasos con una chispa de furia en la mirada, que ocultaba una sombra de tristeza.

—No me vengas con palabras vacías. ¿Por qué te arriesgas una y otra vez? ¿Por algo que simplemente no existe?

Su madre mantuvo la mano en el aire durante apenas un segundo antes de recomponerse y dejarla encima del fardo.

Ayani aferró el hombro de Ewah desde atrás con delicadeza, como para darle ánimos, y luego se colocó cerca de Wayra, apoyándose en el borde de la mesa y cruzándose de brazos.

—Eso nadie lo sabe, hermana. Un poco de esperanza es suficiente. Mientras algo quede, merece la pena intentarlo.

La mujer le dedicó un asentimiento agradecido por sus palabras.

Aztilan: La ciudad perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora